María José Navarro

El arte

La Razón
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Hoy se clausura la Feria Arco y es una pena que la cierren tan pronto porque me he quedado con las ganas de ver a un señor en pelotas que está dentro de un palé. Que conste que a mí el arte moderno me parece muy respetable pero yo tengo la misma sensibilidad que una rastrojera, así que, pasando de la Bicha de Balazote (cuya réplica de la original luce espléndida en la Plaza del Altozano de Albacete) a mí se me hace difícil todo. Recuerdo que una vez en Londres alguien comentó que en el vestíbulo de la Tate Modern habían colocado una instalación muy interesante. Total, que te engorilas y te vas a la Tate Modern y te vas al dichoso vestíbulo. Habían alfombrado el suelo con pipas, ahí te tenías que tumbar y mirar hacia el techo donde unos calefactores naranjas daban calorcillo. Y ahí, justo ahí, tú tenías que sentirte por un rato girasol. Oye, pues ni un poquito girasol me sentí. Pero de lo que me acuerdo sobre todo es de una performance. Con el término performance hay que tener muchísimo cuidado porque lo que suele pasarte es que cuando acaba la cosa la sensación que te queda es la de que has visto una gilipollez importante. La performance en cuestión era en diferido, como los finiquitos modernos. En un televisor pequeño aparecía un tío íntegramente en bolas, con una chichonera de boxeo que hacía imposible ponerle cara al menda. También llevaba guantes, rojos, a juego con la chichonera. El asunto consistía en que ahora le pegaba dos puñetazos al saco, ahora se pegaba dos toques al miembro viril. Y así un rato hasta que aquello se le ponía enhiesto. Pero lo peor no fue la sensación de tomadura de pelo importante, no. Lo peor es que al ladito de aquella mamarrachada estaba el teléfono-langosta de Dalí. Una filfa junto a una genialidad. El arte moderno debe ser que come de todo.