Política

Alfredo Semprún

El arte de mirar para otro lado

El arte de mirar para otro lado
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Salvo los hermanos en la fe de Túnez y Turquía, gobernados por formaciones islamistas del mismo cuño, en el mundo árabe no se han derramado demasiadas lágrimas por el derrocamiento del presidente de Egipto, Mohamed Mursi. No es que la democracia formal tenga un gran arraigo en esas tierras, pero sorprende que los viejos patronos del caído, como Qatar o Arabia Saudí, se hayan puesto a la cabeza de la manifestación a la hora de felicitar al nuevo Gobierno y a los militares golpistas. En Occidente, ducho en el arte de mirar para otro lado cuando conviene, apenas se ocultan los suspiros de alivio. Cierto, se dice, que era un Gobierno legítimo, surgido de las urnas con mayoría absoluta –aunque millones de egipcios no pudieron votar por no estar inscritos–, pero la deriva del país, inmerso en una crisis económica y social imparable, empujado hacia un modelo teocrático por la arrogancia del vencedor, auguraba la desestabilización de la primera potencia árabe. No ha pasado el peligro, porque los islamistas son muchos, están heridos en lo más vivo y tienen vasta experiencia de cárcel y clandestinidad, pero no es algo que asuste al veterano Ejército egipcio. Ayer, mientras se sucedían las órdenes de detención de los jefes de los Hermanos Musulmanes, las tropas y la Policía habían vuelto a las calles después de semanas de ausencia. El orden volvía, y con él, la cálida sensación que da la seguridad de lo malo conocido.