Alfonso Ussía
El Cabo Primero
José María Aznar, que fue un gran Presidente del Gobierno en su primera legislatura, sentía recelo, e incluso desafecto hacia las Fuerzas Armadas. No hizo el Servicio Militar, y me pregunto el motivo, porque ha demostrado una constancia en mantener su fortaleza física encomiable. Corre y juega al tenis y al pádel sin problemas. No intento entrar en intimidades, pero creo que mis pies son más planos que los suyos. Aznar eliminó de golpe el Servicio Militar, para hacerse el moderno. La «Mili» fue una escuela de disciplina, educación, cortesía, cumplimiento y humildad. Nadie era más que otro, y los otros eran dos mil. Nunca he ocultado que una de las grandes experiencias y satisfacciones de mi vida, hoy recordada con melancolía, fue mi Servicio Militar de quince meses de duración en Camposoto, Real Isla de León, San Fernando, Cádiz. Gracias a ellos, además de cumplir modestamente con España, conocí a los militares, ese grupo de españoles decentes, abnegados y patriotas que enseñaron a centenares de miles de jóvenes a sentir la decencia, elegir la abnegación y vivir con patriotismo. Hoy, muchos jóvenes que no tienen ni el primer concepto de la buena educación y del amor a España le agradecen a Aznar su vacío moral y ético. Fue un error. El que escribe, hizo la Mili, sufrió la Mili, disfrutó de la Mili, fue igual que los demás, y tuvo el honor de alcanzar, mediante una meteórica carrera militar, el empleo de Cabo Primero. Y a mucha honra.
Se cumple, en este mes de junio, el septuagésimo quinto aniversario de la creación del empleo de Cabo Primero, el más inmediato a la tropa. Los cabos primeros de hoy nada tienen que ver con los de ayer. En la actualidad son militares preparados concienzudamente, fundamentales como cabos mayores para el buen funcionamiento de las unidades. En mis tiempos, como ahora, el cabo primero era respetado si sabía respetar, obedecido si sabía obedecer, y cumplido si sabía cumplir. La función de un Cabo Primero en el campamento era la de actuar de enlace entre los reclutas y soldados con los suboficiales y oficiales. El cabo primero renunciaba a la cantina si tenía que ayudar a leer o escribir una carta a un recluta ágrafo. El Cabo Primero trasladaba a sus superiores los problemas personales de sus reclutas. El Cabo Primero defendía a los suyos sin límites, porque en una unidad militar sus reclutas y soldados eran su familia. El Cabo Primero también arrestaba y sancionaba, y era el que mejor conocía las capacidades, virtudes, defectos y temperamentos de sus inferiores. No tuve ningún problema, porque en el Servicio Militar el diálogo y la comprensión eran normas no escritas pero sagradas. Antes de la sanción, siempre la advertencia. Mi único problema, y escribiría de fracaso como Cabo Primero, fue mi incapacidad para que uno de mis reclutas, apellidado Mármol, aprendiera a memorizar la definición del distintivo de los brigadas: «Un galón dorado, con fondo rojo y en forma de sardineta». Le confundía la sardineta. Al fin me lo anunció: –Mi Primero, ya lo he aprendido. Me sale de dulce de membrillo.
–Bravo, Mármol, suéltalo–; –Pues eso, que un galón dorado con fondo rojo y en forma de anchoílla–. Y la anchoílla venció para siempre a la pobre sardineta. Aquellas sonrisas compartidas del tiempo lejos, de las decenas de amigos separados con la licencia, de los superiores que tanto contribuyeron a formar buenos españoles, buenos ciudadanos, buenas personas. Mis oficiales, a quienes tanto debo, quiero y admiro.
Cumplen setenta y cinco años los cabos primeros. Los felicito de corazón porque también soy yo el felicitado. Bueno, eso que hoy falla y ha destrozado la convivencia y el respeto entre los españoles. El amor a la Patria, a la Bandera, a la honestidad y al servicio común. No se jura lealtad a los escudos sino a la Bandera. Y este humilde Cabo Primero no olvida su juramento.
Hoy, una vez más, sin fronteras, soy uno de ellos. Gracias.
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