Restringido

El cinismo de Rita

La Razón
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Esta semana ha tenido lugar la vista del juicio a Rita Maestre, teniente de alcalde del Ayuntamiento de Madrid, por asaltar la capilla de la Universidad Complutense mientras se celebraba un acto religioso, vulnerando el Código Penal y atentando contra la libertad de conciencia recogida en nuestra Constitución. Resulta patético ver como esta «progresía» que campa a sus anchas con absoluto desprecio por la Ley y por los demás simplemente por que ellos consideran que tienen barra libre y están en posesión de la verdad, se vuelven corderos con la piel muy fina cuando el Estado de Derecho reacciona contra las actitudes impunes a las que están acostumbrados, o reciben en sus propias carnes la medicina de la libertad mal entendida que ellos aplican a otros, pero que no soportan cuando se les aplica a ellos, como ha ocurrido con el «escrache» al «escracheador» concejal de policía municipal por parte de sus subordinados por discrepar de las medidas que tomaba en relación a ese cuerpo. El aparente arrepentimiento con el que se ha presentado ante el juez no es más que una táctica para tratar de evitar la responsabilidad que se deriva de sus actos y un ejemplo más de la cobardía y el engaño con el que actúan cuando tienen que responder por ellos. Según consta en los autos, el asalto se programó y se convocó con antelación por la Asociación Contrapoder a la que ella pertenecía, si bien han intentado hacerlo desaparecer de su web, pero alguien lo había guardado. Sin embargo declaró que se enteró y se unió a ellos sobre la marcha. Los testigos dicen que era una de las más activas. Se subió al altar y se desnudó de cintura para arriba, gritando frases como «el Papa no nos deja comernos las almejas», «sacad los rosarios de nuestros ovarios», o «arderéis como en el 1936». Los vídeos grabados así lo acreditan. Pero ella ha declarado que era una protesta pacifica sin ánimo de ofender a nadie, y que no se desnudó. La improvisada manifestación mientras tanto era grabada con una cámara con trípode por una de las participantes. Por si acaso este falso arrepentimiento no fuera suficiente, se ha apresurado a visitar –y a contarlo– al Arzobispo de Madrid para pedirle disculpas, para que haga fuerza en su descargo, perdiendo una oportunidad magnifica para que nos creyéramos tal arrepentimiento si hubiera extendido sus disculpas a la desfiguración inaceptable de la Cabalgata de Reyes, al insulto y vejaciones de los titiriteros del Carnaval para niños, o a la demolición de monumentos conmemorativos de mártires de la Iglesia derribados por el Ayuntamiento por su sectarismo, su incultura y su revanchismo, y se hubiera comprometido a que eso no volvería a suceder. Su única pretensión, según ha dicho, era defender la laicidad de las instituciones y la separación de convicciones y creencias del Estado. Sin embargo, esas firmes convicciones no les han llevado a tomar por asalto alguna de las mezquitas de la capital por lo inaceptable que debe resultarles que, en este caso sí, se trate de estados religiosos que confunden las creencias con el poder civil, e imponen aquéllas con crueldad a los que discrepan, hasta el punto de condenarles a muerte y ejecutarles públicamente. Ello se debe nuevamente a su cobardía, y también a no poner en riesgo la financiación inaceptable que reciben sin escrúpulos de estos regímenes. Esta actitud no busca aceptar las reglas de juego y el sistema, sino soportarlo hasta llegar al poder. Y no para cambiarlo, sino para controlarlo, modelarlo y utilizarlo a su antojo para imponer lo suyo y acabar con los otros. Lo tienen claro. El fin justifica los medios. Por eso van en bloque y movilizan a toda su artillería mediática, social, política, que sale como un solo hombre a defender a los suyos cualquiera que sea la circunstancia por indefendible que resulte, aprovechándose de la estulticia y la lenidad con la que actúan los demás frente a sus acciones. Hacen nepotismo, nombran a familiares, mantienen a los condenados en puestos públicos, defienden los «escraches» para los demás, eliminan a los discrepantes con la dirección sin explicación ninguna, y exigen a los demás lo que ellos no se exigen a sí mismos.