Joaquín Marco

El duro corazón de EE UU

Parece ser que el duro corazón estadounidense se está ablandando un poco. Ni siquiera los novelistas, que se sirvieron del reportaje, como Truman Capote, habrían sido capaces de penetrar en los entresijos del joven de veinte años Adam Lanza quien, tras acabar con la vida de su madre de varios disparos en la cabeza mientras se encontraba durmiendo, condujo con su coche los ocho kilómetros (hacía poco tiempo que había logrado el carné de conducir) que le separaban de una de las ocho escuelas infantiles públicas de Newtown. Entró en la de Sandy Hook con violencia y disparó con las armas automáticas que llevaba contra maestras y niños, asesinando a veintiséis seres inocentes y se suicidó. Pocos de los vecinos de la calle Yogananda, donde vivía, parecían conocerle bien, salvo de vista. De hecho, el barrio de clase media alta era poco propicio para entablar relaciones entre vecinos. Sandy Hook, el colegio en el que perpetró la matanza había sido también el de su infancia y de la de su hermano. La Policía trata de descubrir las razones que le llevaron a cometer tan salvaje delito. No es extraño el comportamiento de asesinos masivos sin aparente motivo en el país, pero en esta ocasión la muerte de veinte niños de entre seis y siete años ha conmovido a la nación y la difusión de los retratos infantiles en los televisores ha provocado el inicio de una catarsis. Las profesoras que los protegieron con su propio cuerpo son calificadas como heroínas. Barack Obama se dirigió emocionado, como padre y presidente, al país y prometió introducir alguna iniciativa política para que tales hechos no enluten tan a menudo la vida colectiva de un pueblo que defiende a ultranza, amparado en la segunda enmienda de su Constitución, el derecho a portar armas. Hay un mercado próspero de las más simples a las más sofisticadas.

En época reciente, la mayor matanza se produjo en 2007, en Blacksburg, donde el agresor se suicidó tras acabar con la vida de 32 personas. El presente, es el segundo mayor atentado de los últimos años, a poca distancia del que se produjo en la cafetería Luby´s en Killeen, Tejas, en 1991 con 23 muertos y unos años antes en el McDonald´s de San Isidro (California) con 21 muertos. En 1966, en el cuidado campus de la Universidad de Texas, el agresor, que fue abatido por la Policía, acabó con la vida de 21 personas. Coincidió allí, como profesor visitante, Jorge Luis Borges. Los estudiantes de hoy muestran todavía la torre en la que se situó el asesino para dominar el panorama. Y podríamos seguir. La reacción natural de los estadounidenses no ha sido, hasta hoy, exigir una ley que limitara el uso de las armas de fuego. El 73% de la población, por contra, se declara a favor de llevarlas. Los periódicos analizaron los hechos desde una perspectiva psicológica, tratando de descubrir una perturbación mental en el joven; el ambiente en el que se movió; la figura clave de Nancy Lanza, tal vez «preparativista», quien, a menudo, acompañó a sus hijos a prácticas de tiro disparando con las armas que ella misma había adquirido: todo un arsenal. Esta madre divorciada, así como la figura de su hermano Ryan, quien, tras graduarse, se alejó de la familia, constituyeron temas de atracción periodística. La Policía, que pretende definir al joven criminal, tardará todavía meses en lograr reproducir unos hechos que han conducido a tamaño horror.

Pero, por lo general, les interesará siempre más la perspectiva del individuo que los condicionantes que llevan al país a tales excesos, pese a que algunos estados defiendan con escasa racionalidad la pena de muerte. Días después, los cortejos fúnebres se cruzaban, en la pequeña ciudad de unos 20.000 habitantes, con los autobuses escolares de otros niños que retornaron a las escuelas, días antes de sus vacaciones navideñas, entre policías, periodistas y psicólogos. Barack Obama había defendido siempre, desde su posición en el partido demócrata, cierto control. Y los hechos le han llevado «para prevenir nuevas tragedias» a encargar a su vicepresidente Joe Bilden coordinar ideas que puedan transformarse en leyes y que limiten, al menos, la posesión de armas de asalto. Bilden y Obama tendrán que vencer la férrea resistencia de la Asociación Nacional del Rifle, con sus cuatro millones de afiliados y de otras organizaciones paralelas que defienden la necesidad de una defensa personal armada. Son protegidas por el partido republicano. La polémica, que puede convertirse en uno de los ejes del segundo mandato presidencial no es de fácil defensa. Porque no se trata de una cuestión moral, sino de unos derechos arraigados. Tal vez el corazón negro de esta América blanca se haya enternecido algo más con el horror reciente. Pero las convicciones son muy profundas. «Ninguna ley puede eliminar el mal del mundo ni prevenir todo acto de violencia sin sentido en nuestra sociedad. Pero eso no puede ser una excusa para no hacer nada», declaró tímidamente el presidente en funciones. Ha pedido también la colaboración de los republicanos.