M. Hernández Sánchez-Barba

El Ejército real de Felipe V

A comienzos del siglo XV Europa tenía planteados tres problemas que, en criterio del profesor Vicens Vives, responden a cuestiones de poder dominante: la hegemonía del Báltico, la desunión de Alemania y el antagonismo francoespañol. En 1645 el Tratado de Westfalia se celebró en Osnabrück y en Munster en búsqueda de soluciones y en especial para disponer de criterios políticos a compás de los éxitos o derrotas militares. El resultado se aceleró a consecuencia de las derrotas del Imperio en Baviera y de España en Flandes, así como por la aparición en Francia de un conflicto social representado por La Fronda. El significado de Westfalia supuso una afirmación de liderazgos de Estados nacionales, con fuerte incidencia de jurisdicciones y poderes militares en las guerras territoriales del siglo XVII y la formación de alianzas y pactos para imponer el sistema del «equilibrio europeo»: la «balance of powers», con Inglaterra en el fiel de la balanza.

En el siglo XVII se impuso en Europa el imperialismo de Luis XIV, ocasionando la pérdida de potencialidad de los Habsburgo austriacos. Luis XIV aplicó a su proyecto imperial todo su poder y su poderoso ejército, mientras Europa se dejaba ganar poco a poco por la literatura y la cultura francesas, paralelo al pensamiento diplomático preeminente conseguido en Westfalia y manejado con habilidad por los cardenales Mazarino y Richelieu desde 1660 hasta 1715.

España, vencida desde la Paz de los Pirineos (1659), nada pudo conseguir, ni prácticamente intervenir en los acuerdos. El largo proceso de las derrotas militares en Flandes, la falta de atención de la Corona hacia la imprescindible organización del Ejército y la desatención que al respecto puso el último rey Habsburgo, Carlos II, hacia cuantos complejos asuntos implica la modernidad en la atención respecto al rumbo de la marcha del Estado nacional; así como sus permanentes dudas, falta de consistencia psíquica y debilidad biológica, mientras en las cancillerías europeas se llevaban a cabo repartos de la soberanía española. Debe tenerse en cuenta la idea del humanismo: «Donde el rey y el príncipe deben estar es en medio del reino», sin permanecer ni ausentes ni distantes.

Carlos II, en mayo de 1700, recibió la noticia de la conclusión definitiva entre Luis XIV y las potencias marítimas del norte europeo del tratado de partición de España. El Consejo de Estado recordó al rey la candidatura del duque de Anjou para la sucesión, determinado en su testamento. Se señalaba al hijo segundo del Delfín de Francia, nieto por tanto de Luis XIV. Así lo decidió el rey y, aunque se añadieron al testamento diversos codicilos el 5 y el 11 del mismo mes, no introdujo ninguna modificación, pese a los titánicos esfuerzos de la reina a favor del archiduque. La declaración final testamentaria suponía el acceso de Felipe V y la dinastía Borbón al Trono de España. Un cambio de alianzas y lealtades, el inicio y desarrollo de la guerra de Sucesión, y una conmoción política y social en el Reino. En 1706 se perdió de modo definitivo Flandes e Italia del Norte en las batallas de Ramillies y Turín, respectivamente. Los historiadores difieren mucho en los distintos puntos de vista que tan compleja cuestión histórica ofrece. Por ello tenemos en alta consideración la publicación del excelente libro del historiador y teniente coronel Antonio Manzano, que lleva el singular y atractivo título de «El Ejército que vuelve a ganar batallas» (Madrid, 2011).

Se trata de un libro muy pensado, donde se lleva a cabo con rigor, equilibrio entre sencillez y complejidad científica, un triple objetivo conceptual, temporal y espacial, en inteligente análisis histórico, siguiendo un método de gran brillantez, sin perder nunca la objetividad plena, a través de cuyas excepcionales condiciones y caracteres, conduce la atención preferente del lector acerca del resurgimiento del poder militar en España a través de la reorganización del Ejército, el empeño que en ello puso Felipe V ante la guerra de Sucesión y la estela no sólo de desorganización del Ejército, sino de las derrotas sufridas en Flandes que, psíquicamente, le había dejado la moral de victoria, imprescindible en un Ejército que debe afrontar una guerra. Este gran historiador de mentalidades y conceptos reconoce el valor y la presencia del joven rey Felipe V, que permanece dando moral durante diez días junto a los combatientes y sufriendo con ellos. Y, sobre todo, acometiendo con posterioridad a los combates, las reformas necesarias de muchas e importantes cuestiones: armas, reclutamiento de tropa, formación de oficiales, uniformes, reglamentos y Ordenanzas.

Se obtuvieron dos resonantes y culminantes victorias: la batalla de Almansa (25-IV-1707) y la de Villaviciosa (10-XII-1710). A partir de ellas, el Ejército volvió a ser de primera importancia para la seguridad y la defensa de España, tanto en acción como en disuasión.