Francisco Marhuenda

El éxito de un Gobierno reformista

No se podía salir de la crisis sin aplicar fuertes reformas y recortes en el gasto público. La fórmula clásica para afrontar una crisis es devaluar la moneda, pero nuestra incorporación a la Unión Económica y Monetaria nos dejó sin este mecanismo que había sido usado en varias ocasiones desde la Transición. Cuando España era el mayor imperio del mundo, no sólo tuvo que hacerlo habitualmente sino que incluso tuvo que suspender pagos. Eran los años de la Monarquía Hispánica en la que los Austrias tenían que defender un imperio con unas fronteras inmensas y cuantiosos enemigos. Lo habitual era depreciar el valor de la moneda hasta el extremo de que el objetivo de sanear la economía fue el hilo conductor de la política de todos los ministros reformistas. Don Juan José, Medinaceli, Oropesa y tantos otros lucharon para acabar con la inflación del vellón. Entonces nuestra economía tenía problemas estructurales que no podía resolver ni la plata que se extraía en las fabulosas minas de Potosí ni el resto de riquezas de los virreinatos hispanoamericanos. Por tanto, cada época ha tenido males endémicos que con mayor o menor fortuna se han intentado resolver. Los primeros Borbones contaron con grandes primeros ministros reformistas, como, entre otros, Patiño, Ensenada, Carvajal, Aranda o Jovellanos. La agricultura, la industria y el comercio fueron grandes obsesiones de los ilustrados. La historia económica nos ofrece multitud de ejemplos tanto de crisis como de reformas, unas exitosas y otras fracasadas. No obstante el mayor fracaso fue cuando ni siquiera se intentaron. Rajoy ha afrontado con valor y tenacidad la peor crisis económica de nuestra historia reciente. Era necesario recuperar la credibilidad internacional, impedir la intervención y ganar competitividad. Como no era posible devaluar la moneda por la vía expeditiva de incrementar unilateralmente el circulante , como ha hecho Estados Unidos, Japón o Gran Bretaña, era preciso acudir a los salarios. Es una decisión siempre impopular, pero imprescindible. Es cierto que algunos defendían bajar los impuestos, como si hubiera existido esa opción con la espectacular caída de ingresos que ha tenido el erario público, y mantener el gasto, como si estuviéramos en la etapa anterior al euro. España había perdido credibilidad y la zona euro estaba en riesgo, por lo que comenzó una «huida» de los inversores extranjeros en deuda. Es cierto que otros países tienen la suerte de que sus ciudadanos invierten sus ahorros en su deuda pública, pero desafortunadamente no es nuestro caso. Por tanto, Rajoy y su equipo optaron por la única vía posible, asumiendo importantes riesgos, pero es lo que tienen que hacer los gobernantes serios. Los funcionarios han perdido poder adquisitivo, pero también el resto de los trabajadores, con la particularidad de que muchas empresas han tenido que cerrar y aumentar las listas del paro, porque nuestro sistema laborar era muy rígido. Es sorprendente escuchar o leer que la reforma laboral ha aumentado el número de desempleados, cuando realmente ha parado la sangría y hoy permite que nuestra economía sea más competitiva como hubiera sucedido si se hubiera podido devaluar la moneda, que también es una pérdida de poder adquisitivo. El apoyo internacional no es una casualidad, sino la consecuencia de tener credibilidad, porque el Gobierno ha sido capaz de culminar con éxito las reformas. La famosa prima de riesgo o la situación de la Bolsa son fiel reflejo de que España vuelve a ser un país atractivo para la inversión extranjera, pero también para la nacional. Es precisamente la compra masiva de deuda la que permitirá que los bancos dispongan de más recursos para dar créditos, ya que además existe confianza entre los empresarios para invertir. Los Presupuestos son un instrumento fundamental porque muestran que las reformas siguen a buen ritmo y que se actúa con rigor y seriedad. Es cierto que quedan cosas por hacer, pero no hay que olvidar que se han hecho muchas y muy importantes.