Cristina López Schlichting
El hijo de todos
Los colores favoritos de Miguel Ángel Blanco eran el rosa y el verde. Su plato preferido, las costillas asadas. «Morreaba» a su novia con pasión (así lo llamábamos en 1997). El periodismo es detalle y así, minuciosamente, con precisión de cirujano, ha escrito Miguel Ángel Mellado el libro definitivo sobre el asesinato del joven concejal de Ermua. El texto lleva un título maravilloso: «El hijo de todos». Recuerdo que Jaime Campmany describía a su mujer rezando en el coche el rosario por aquel chico condenado a muerte aquel fin de semana horrible, en que ETA dio a Aznar 48 horas para reagrupar a los presos en el País Vasco. Habían secuestrado a Miguel Ángel Blanco a las cuatro de la tarde del viernes y lo mataron el domingo a las cuatro de la tarde, porque el Gobierno se negó a doblegarse frente a los asesinos. Una bala, la primera, le destrozó el oído, pero no lo mató. La segunda fue la responsable de su muerte cerebral. Una pareja que paseaba cerca de Lasarte lo encontró, todavía respirando trabajosamente. Falleció oficialmente en la madrugada del lunes. Al enorme reportero que es Mellado le ha tocado el papel histórico de cronista del crimen, un rol precioso, porque sin memoria no hay justicia. Casi veinte años después ha compuesto un texto que recuerda a «A Sangre Fría», de Truman Capote, recorriendo todos los escenarios, repasando las biografías, remontándose en las genealogías de las familias, reconstruyendo minuto a minuto lo ocurrido. El asesinato de Miguel Ángel Blanco fue un crimen radiado y televisado en directo, una tortura de espera para todos los que lo vivimos y nos sentimos comos sus padres o sus hermanos, según la edad. Doy gracias al autor por citar con generosidad el reportaje que escribí desde Ermua. Yo tenía 32 años, el chico tenía 29, así que para mí fue la muerte de un hermano. Con Mellado, que ha sido uno de mis grandes maestros, he recorrido ahora de nuevo el parque frente a la casa, el piso de los padres, la plaza del pueblo, la herriko taberna incendiada aquella noche. He conocido cosas de Miguel Ángel Blanco que desconocía, me he ensimismado con su familia, he recuperado a los personajes de aquel drama nacional: Carlos Iturgáiz, Carlos Totorica, Cascos, Mayor Oreja, el trío de criminales: Txapote, Amaia y Oker. No sabía, por ejemplo, que fue Oker el que lo sujetó y eventualmente forcejeó con él y Txapote el que le descerrajó los tiros. Que fue Amaia la que lo engatusó en la estación de tren para que el comando lo secuestrase. En este libro hablan el forense que abrió el cuerpo de Miguel Ángel, el fiscal que luchó como un león, el cura que lo defendió: «Al que yo bauticé, no os atreváis a matarlo». Me he emocionado con esta obra excelente, pero eso es lo de menos. Lo importante es que el libro esté en las estanterías de todos los españoles de bien. En nombre de la Historia.
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