Política

Martín Prieto

El hombre en Caracas

El hombre en Caracas
El hombre en Caracaslarazon

El cínico y falsario (pero buen escritor) Françoise Mitterand ocultó su cáncer de próstata y pasaba días en su domicilio parisino semiinconsciente, amodorrado por la quimioterapia, con el maletín de respuesta nuclear junto al butacón. Fue esa irresponsabilidad egoísta y no sus dobles y triples vidas lo que manchó sus funerales. Hace siete años Ariel Sharon sufrió una hemorragia cerebral masiva, se eligió su sucesor, y desde entonces permanece en estado vegetativo negándose sus hijos a desmonitorizarlo. Franco fue objeto de una medicina encarnizada mientras se hacía boxeo de sombras a espaldas de su inconsciencia hasta que su hija Carmen comprendió que la muerte puede ser extrañamente caritativa.

«Chávez está muerto», reza una pintada en una pared de Caracas. Es cierto, aunque un respirador le mueva la caja torácica. No volverá a presidir Venezuela aunque le atiendan los anatomistas rusos que están restaurando la momia de Lenin, algo carcomida. Su historial médico es terminal, de «pista de salida», como dicen los médicos encallecidos. Ni los presidentes Fernández y Humala han podido verle y la egolatría de nuestro hombre en La Habana (hay que organizar la propia muerte cuando se la huele) está propiciando una mesa de trileros por su sucesión en Caracas y por el petróleo que Cuba necesita a precio de chuches porque ya no se puede pagar con azúcar.

Lo único tranquilizador de este escenario de cine «gore» consiste en que pese a la charanga chavista en política exterior (peor Irán que Cuba), las relaciones de Venezuela con EE UU son razonablemente normales y éstos adquieren la mayor parte del petróleo del Lago Maracaibo, de baja calidad y necesitado de doble refino. Cuando haya nuevas elecciones, con el cuerpo de Chávez en La Habana o en Caracas, su ungido Nicolás Maduro (un autobusero con buen apellido para la sucesión) y toda la parentela de hijas, cuñados, yernos y compañeros sentimentales irán a rebatiña porque el legado del paracaidista es el mismo y vale más secuestrado por la dinastía Castro que bajo el oficio de tinieblas del Arzobispo de Caracas. De la tragedia al esperpento sólo media un lapso.