Alejandro Magno, Julio César, Napoleón I perdieron imperios, la razón y hasta la vida por ensoñaciones territoriales, hoy psiquiatrizadas. También Arturo, Camelot, la reina Ginebra, Lancelot y el mago Merlín gozan de gran predicamento. Tales alucinaciones no las contempla la Asamblea Nacional Catalana, entidad privada financiada por todos los españoles, y tanque de pensamiento del secesionismo del noreste. En su último documento estratégico abogan por la declaración unilateral de independencia, quedando la consulta y las urnas como teatrillo. Regueldo de las machadas de 1931 y 1934, disueltas militarmente por la II República. El segundo movimiento consiste en la independencia del Valle de Arán que con sus 9.000 habitantes y en un remedo de Puerto Rico se federaría con la República catalana. El paso, ya netamente imperialista, consistiría en la anexión o republicanismo federado de las Baleares y el país Valenciano. La expansión al Rosellón y la Cerdaña se dejan para el final porque antes habrá que digerir las carcajadas del centralismo y el chauvinismo francés. Pero si el disparate, redactado como dogmática, no tuviera suficiente caldo de cerebro, la muy minoritaria ANC reclama como guinda del pastel Alger (o Algerj), enclave al noreste de Córcega poblado por descendientes de una emigración bajo la Corona de Aragón y que siguen hablando catalán antiguo. En Alger ya hay un «Hotel Catalonya» y un puerto pesquero de aguas profundas que podría convertirse en base aeronaval para ejercer la hegemonía de la Gran Cataluña sobre el Mediterráneo occidental, y remedar la baladronada de Roger de Lauria de que ni los peces se atreven a salir del agua si no llevan en sus lomos la estelada. Se comprende que el Gobierno espere y baraje, porque, este proyecto nacional ¿es una alucinación colectiva, o los émulos sobrevenidos de Maciá y Companys lo toman en serio? Ya no respetan en su extravagante imaginario ni la unidad italiana de Cavour ni la de Garibaldi, ¿Cómo no van a fagocitar a los araneses?