Alfonso Ussía
El «Mediohombre»
El Rey Don Juan Carlos ha descubierto en la plaza de Colón de Madrid el monumento a don Blas de Lezo, uno de los grandes héroes de nuestra Historia. Monumento proyectado y culminado gracias a la iniciativa privada. El vasco leal y resistente, cojo, manco y tuerto, defensor de Cartagena de Indias y triunfador sobre la más poderosa escuadra naval al mando del Almirante Vernon. Blas de Lezo, en Colombia un héroe, y aquí en España, casi un olvido. Guipuzcoano de Pasajes de San Pedro. Atravesada la rada, Pasajes de San Juan, y al fondo oriental del puerto, Pasajes Ancho. Blas de Lezo Olavarrieta, teniente general de la Armada española, de la familia de los Lezo-Andía, raíz hidalga guipuzcoana. En «La Capitana» al mando del Almirante Conde de Tolosa, con quince años, el guardiamarina Blas de Lezo pierde una pierna. Sus superiores informan de la serenidad y heroísmo de aquel casi niño navegante: «De un tiro de cañón perdió del todo una pierna que hubiéronsela de cortar, recuperándose de herida tan considerable a costa de crecidos gastos» (Archivo de Simancas). Sabedor el Rey de la valentía probada de su guardiamarina lo nombró «Alférez de vagel de alto bordo».
Ya Alférez de Navío. Peñíscola. Resistencia contra la Armada del Archiduque Carlos. Blas de Lezo, marino de Felipe V. En Tolon, en 1707, la esquirla de un proyectil le destroza un ojo. Cojo y tuerto. En 1714, en el asedio a Barcelona durante la guerra de Sucesión –no «secesión», mentirosos–, Blas de Lezo , a bordo de la «Campanella», pierde el brazo de un disparo. Cojo, tuerto y manco. La mano vuela hacia la mar a dos millas de Barcelona, la ciudad defendida por las tropas del Archiduque. Y en 1741, su grandeza. Con menos de seis navíos y contra doscientos buques de la escuadra inglesa al mando de Vernon, defiende Cartagena de Indias e impide la colonización inglesa en tierras americanas. Tres mil hombres al mando del «Mediohombre» contra casi veinticinco mil soldados ingleses. En Londres circulan unas monedas con Blas de Lezo arrodillado ante Vernon. En Cartagena es Vernon prisionero de Lezo, y cuando es puesto en libertad, en reconocimiento al buen trato recibido y al humano señorío del Almirante español, el derrotado Vernon le regala una pareja de pistolas de duelo que hoy se guardan en el Museo Naval de Madrid gracias a la generosidad del marqués de Tabalosos y la culta insistencia del almirante José Ignacio González-Aller, recientemente fallecido. Pocos meses después de su hazaña, don Blas de Lezo fallece alejado de su querida familia, despreciado por los envidiosos de la Metrópoli y enterrado en su tierra defendida para España, en el convento de San Francisco de Cartagena de Indias, posteriormente derruido. Su tumba desapareció. Mientras los huesos de Vernon, el almirante inglés derrotado, reposan con todos los honores en su mausoleo de Westminster, los restos de don Blas de Lezo no tienen sitio, cruz ni ancla para ser venerados.
Un pueblerino de Barcelona –Barcelona se ha llenado últimamente de pueblerinos–, concejal de Cultura por Convergencia y llamado Jaume Ciurana, se ha manifestado herido por el homenaje que con trescientos años de retraso ha ofrecido España a don Blas de Lezo. Que atacó Barcelona, dice. Atacó Barcelona porque allí se atrincheraron las tropas del Archiduque en la guerra de Sucesión, las españolísimas tropas partidarias del Archiduque. Además de pueblerino, ignorante y como dice Antonio Burgos, tonto con vistas al mar.
Se lee en su monumento, formidable obra de arte del escultor Salvador Amaya, erigida por iniciativa privada e inaugurado por el Rey Don Juan Carlos I: «A un gran español, abnegado servidor de la Patria. Invicto Teniente General de nuestra Armada, defensor de la grandeza de España. Al gran marino universal de nuestras tierras vascas, al gran hombre íntegro, ambicioso en la excelencia, desprendido de sus glorias, indoblegable en el sacrificio, ejemplo de la victoria de nuestras virtudes en la más tenebrosa adversidad. Héroe de la España de ayer, de hoy y de mañana. La Patria le erigió este monumento para que el recuerdo de su entrega sirva de ejemplo a las generaciones venideras».
Ciurana, a bailar la sardana.
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