Cristina López Schlichting

El modelo finlandés

La ecuación «más dinero, más calidad» es engañosa en educación. Enseñar y aprender son tareas humanas que no responden a la lógica de asfaltar calles o sumar dígitos. Tienen que ver con la vocación y el deseo. ¿Cómo es posible que, en los años setenta, aulas con 40 alumnos albergasen mejores escolares que las de ahora, con 25? ¿Por qué los que aprendieron con una enciclopedia retuvieron mejor la geografía que los que cargan con doce libros y se joroban la espalda? En España nunca se ha invertido más dinero en educación que en los años 90 y 2000, pero los resultados de los informes PISA son elocuentes. Es verdad que hay vicios que hacen muy difícil enseñar y que tienen que ver con la implantación del modelo social del 68: eliminación de la autoridad, ridiculización de la disciplina, encumbramiento de la autonomía y el narcisismo del alumno y persecución del esfuerzo y la excelencia. Vale, llevará tiempo cambiarlos. Pero merece la pena preguntarse por qué Finlandia –que participa del mismo magma social– tiene tasas de fracaso escolar del 1 por 100. Auli Leskinen, del Instituto Iberoamericano de Finlandia, explica que en su país las pruebas de acceso a Magisterio son tan duras que sólo aprueba un 15 por 100 de los que se presentan. Se estudia cinco años para maestro y ocho para profesor de Secundaria. Ocho años. Y no se gana mucho (2.500 euros en un país de sueldos más altos que los españoles) pero se adquiere un enorme prestigio social y muchísima autonomía profesional: eso estimula las vocaciones. Conviene pensar qué tiene esto que ver con reclamar menos exámenes, más becas o menos alumnos por clase.