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Alfonso Ussía

El morralín

Los golfos y papanatas llamados «verificadores» del presumible proceso de desarme de la ETA, han recibido, gracias a sus inestimables servicios, una serie de armas y explosivos que caben en un morralín. Los verificadores, que perciben una buena pasta por verificar lo que la ETA quiere que verifiquen, han hecho un ridículo mayúsculo. Son vividores, chulos de diferentes sistemas, pájaros de cuenta, aunque en España todavía hay cebollinos que creen en su buena voluntad. Hasta la nunca ecuánime Julia Otero se ha sentido triste por las críticas que han recibido los ilustres parásitos, cuyas indentidades recuerdo para gozo del humor negro.

Don Ram Manikkalingam, don Ronnie Kasrils, don Chris Maccabe, don Satish Namblar, doña Aracelly Santana, y la insuperable doña Fleur Ravensbergen, que tiene apellido de ciclista de pista y a la que intuyo sentimentalmente ligada al apuesto Manikkalingam, que por su protagonismo parece el jefe de la banda de estafadores.

La ETA pues, nos lleva asesinando, secuestrando, hiriendo, coaccionando y chantajeando a los pacíficos desde hace cuarenta años con tres pistolas, un fusil, dos granadas y unos pocos kilos de explosivos. Tiene mérito. Entiendo la emoción en el atardecielo bilbaino de doña Fleur Ravensbergen mientras de abrazaba con fuerza y tesón a su compañera doña Aracelly Santana, si bien los observadores imparciales atribuyen ese abrazo a un acto de consuelo. La emoción de doña Aracelly no respondía al éxito de la operación verificadora y la recepción del morralín, sino a los desaires que ha padecido en las últimas semanas de don Satish Namblar, que no está para romances y aventurillas. Creo sinceramente que esos detalles humanos, esas circunstancias anímicas, esos romanticismos que surgen como consecuencia de los éxitos, son los auténticos protagonistas de la victoriosa jornada. A falta de armas por entregar –todas menos las del morralín–, buenos son los besos, las manos acariciadoras, los lechos galopados y los consuelos que merecen las decepciones. Muy mal por don Satish, que podría haber hecho un sacrificio para no enturbiar de tristeza un día tan señalado.

Hasta el presidente Urkullu se sintió decepcionado. Le está saliendo por un ojo de la cara el sueldo de los verificadores, y la inversión empieza a poner en duda los beneficios del esfuerzo. Cuando la Guardia Civil o la Policía Nacional detienen a una banda de chorizos, intervienen más armas, balas y explosivos que los recibidos por los verificadores de manos de la ETA. Los etarras esconden más de dos mil kilogramos de explosivos, y un arsenal de fusiles, pistolas y balas más que suficiente para asesinar unos cuantos años más. Si después de haberse reunido, a cambio de 600 euros por día y cabeza,con sacerdotes, empresarios, sindicalistas, políticos y remeros de traineras, los verificadores sólo han conseguido esa mesita de armas y explosivos, hay que prescindir de ellos o rebajarles el sueldo. Urge un ERE de verificadores, porque el resultado de sus gestiones ha sido una auténtica birria.

Por otro lado, todavía quedan en España, en las esquinas del buenismo profesional y el retroprogresismo barato, pavitontos, lerdos y obtusos dispuestos a creer en la buena voluntad de una banda de terroristas y de un grupo de sinvergüenzas que han hecho de su comedia una provechosa profesión. Y no me refiero tan sólo a majaderos anónimos, sino a necios o forajidos influyentes con capacidad de infectar las mentes de los tontos, que no cabe uno más en España, según viejo diagnóstico del inolvidable Santiago Amón.

La fiesta del morralín.

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