Lucas Haurie
El orden de los factores
Aunque de manera involuntaria, un ciudadano británico ha invertido en Mijas el esquema implementado por algunos uxoricidas con tendencia al remordimiento. Lo habitual es que el hombre se suicide tras haber matado a la mujer pero a este inglés lo confundió providencialmente el Altísimo y fue a lanzarse desde un viaducto creyendo difunta a su ex esposa, a la que había intentado ultimar de un martillazo, pero en realidad estaba sólo herida e inconsciente. Antes de que se hallase en una cuneta el cadáver del homicida frustrado, la doña había salido por su propio pie del hospital y quién sabe si el destino dispuso que el facultativo firmase el alta justo cuando el agresor volaba hacia las tinieblas. Como moraleja para uno de esos cuentos rusos tremebundos, de un Gógol o un Dostoievski, habría resultado fascinante. Por desgracia, es más frecuente que el asesino se quite la vida una vez completado con éxito el crimen, lo que supone un lamentable derroche de vidas. Vale igual la recomendación para quienes no pretendan exiliar a su pareja del mundo de los vivos: antes de arrearle un guantazo, bien podrían ellos mismo darse un cabezazo contra la pared, siquiera para aliviarse el arrebato de furia o dar tiempo para escapar a la potencial víctima. Las opiniones del presente artículo mantienen su vigencia en casos de violencia contra hombres, homosexuales de ambos armarios y sobre todo ascendientes (ancianos) y descendientes (niños), los colectivos más indefensos. Es muy deshonesto desde el punto de vista intelectual señalar sólo a un porcentaje de los culpables.
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