Nacionalismo

El precio del poder

La Razón
La RazónLa Razón

El culebrón del independentismo catalán empieza a tener un relato pedestre y muy poco épico. Parece lejano el momento en el que la crisis económica llegó y los recortes fulminaban unos gobiernos tras otros. En Cataluña, los nacionalistas elaboraron un relato que hizo explotar un polvorín que venía macerándose durante bastante tiempo: el responsable del desempleo y la perdida de cobertura de la protección de los catalanes era España.

Algún influyente sociólogo propuso una metáfora que ilustraba el estado de ánimo de la sociedad catalana: representaba al Estado español como a un transatlántico que se hunde y Cataluña como a una lancha que se bota y que busca su destino en el ancho horizonte.

La corrupción en el seno de la antigua Convergència, y la presunta implicación de la propia familia Pujol, aceleró las posiciones rupturistas de los separatistas que en un escenario de confrontación con el «malvado Estado español», justificaban todo como una campaña mediática contra ellos.

Algunos hitos, como las imputaciones judiciales a altos cargos institucionales, han ayudado más a la causa de la independencia que a la de la unidad del Estado, porque ha victimizado a unos y forjado una imagen tiránica de los otros.

Cuando alguien huye hacia adelante, sufre el riesgo de que en cualquier momento se le abran las costuras de la coherencia. Eso empieza a suceder en este momento que se aproximan nuevas elecciones.

La batallita entre PDeCAT y ERC en torno a las filtraciones sobre la intención de presentar un candidato autonomista, solo se entiende en clave de lucha de poder ante los nuevos comicios. El pacto que sostiene el gobierno de la Generalitat no es otra cosa que el reparto del espacio público catalán como si fuera un botín.

Les dio igual la lejanía ideológica o el modelo económico y social de Cataluña, solo el afán de poder justificó la gran coalición de gobierno entre la derecha manchada de presunta corrupción y una izquierda radical «pura y republicana».

PDeCAT es consciente de que está próximo el final del callejón en el que se ha metido y empieza a intentar racionalizar una alternativa que le permita seguir manteniendo el relato de la exclusividad de la defensa del pueblo catalán frente a España desde una óptica más moderada, y es precisamente ahí donde ERC ha visto no una traición al ideal secesionista, sino una oportunidad electoral.

La CUP se divierte mirando el espectáculo, la Sra. Colau, con más ambición que capacidad para gestionarla, se ve en el Palau de la Generalitat y su única estrategia consiste en fomentar su egocentrismo y adquirir pocas deudas políticas para no debilitar el poder que espera conseguir y ERC, con una mano estrangula a su socio y con la otra intenta mantener a raya a sus competidores.

En breve oiremos algún improperio contra el President Puigdemont, contra el Sr. David Bonvehí o contra toda la antigua Convergència en boca del inefable Sr. Gabriel Rufián, que en su propia esquizofrenia política insulta al PSOE por no llevar a los españoles a unas terceras elecciones, al tiempo que ha sido uno de los mayores valedores de la «Grosse Koalition» con la «presunta derecha corrupta catalana».

Resulta muy triste pensar que por un ideal fundado en la pertenencia a la tierra se proponga romper con más de 300 años de andadura conjunta y separar a hermanos, padres e hijos a través de una frontera. Pero, es, además, indignante que todo sea por conseguir el poder, da igual el precio.

No es algo nuevo, Nicolás Maquiavelo ya definió el poder como la victoria sobre los adversarios, el dominio sobre los súbditos y la perpetuación en ese estado.