Alfonso Ussía

El primer hombre

La Razón
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Hoy, los Estados Unidos de América, pueden establecer en su Historia una nueva figura institucional. La del «First Man», el Primer Hombre, el marido de la Presidenta, siempre que la triunfadora de las elecciones sea Hillary Clinton. A cualquier varón americano le gustaría ser el Primer Hombre, pero en el caso de Bill Clinton el honor es menguado. Haber sido el presidente de los Estados Unidos, el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas más poderosas de la tierra, y terminar de Primer Hombre marchando a tres metros de su mujer, puede resultarle doloroso. La penitencia del «chupachús» de Monica Lewinsky, humillación que toleró por interés pero jamás perdonó por orgullo la señora Clinton.

A partir de hoy, si la triunfadora es Hillary Clinton, el expresidente acompañará a la presidenta en sus viajes oficiales, y cuando ella y el Jefe de Estado o de Gobierno visitado se reúnan para hablar de las cosas que se acostumbran en esos periplos, oirá la voz chillona de su mujer invitándolo a tomar el fresco: «Y ahora Bill, déjame a solas con el presidente Putin que tenemos que tratar de algunos asuntillos de Estado».

A partir de hoy, el Primer Hombre será el encargado de regular la hora de llegada por las noches a la Casa Blanca de la niña, que ya no es tan niña como antaño, cuando él era el presidente y la primera Dama aguardaba a Chelsea con la angustia de la madre que vela por la decencia de su hija. Y a partir de hoy, si Hillary Clinton vence en las elecciones a Trump –que está por ver– el Primer Hombre será el encargado de acompañar a Chelsea a comprar la calabaza del «Halloween», aunque la niña haya superado la frontera de los cuarenta años, que son muchos para seguir comprando calabazas, pero ellos son así y hay que respetarlos.

A partir de hoy, mientras Hillary se reúne con las más altas autoridades civiles y militares de los Estados Unidos, el Primer Hombre dirigirá a los operarios de la Casa Blanca elegidos para adornar el árbol de Navidad. «Sí, por favor, ese Santa Claus un poquito más a la derecha. Así, perfecto, vale, gracias Donaldson». «Señor Primer Hombre, no soy Donaldson, soy Plimouth». «Es verdad, qué cabeza tengo, gracias Plimouth». «De nada, señor Primer Hombre».

Nada que ver con el señor Thatcher, que pasó de paciente esposo a marido de la Primera Ministra del Reino Unido. En la cultura británica, el cónyuge del poder carece de representatividad. Pero en la política americana, la Primera Dama –hasta ahora–, ha sido la sombra reidora de su marido, el presidente. Y el sentido del poder se demuestra en el acto de acceso al helicóptero presidencial y al «Air Force One». Siempre ha entrado antes el presidente que su mujer, por aquello del respeto institucional. Si a partir de ahora, el Primer hombre intenta acceder al avión presidencial precediendo a su mujer, la presidenta, la bofetada está asegurada. Ella será «La Libertad», y él, un mero acompañante.

«Bill, me dicen que en la cocina faltan tomates. Mientras recibo al Secretario General de la ONU, llamas a la tienda y encargas diez kilos, que mañana viene el Rey de España y le voy a ofrecer un gazpacho». «¿Algo más, querida?». «Pues ahora que me lo preguntas, tres kilos de pomelos». «Hecho, Hillary». «Menos confianzas».

Hoy, 9 de noviembre, es un día raro en los Estados Unidos. Los ciudadanos votaron ayer con el deseo de que no gane ninguno de los dos aspirantes. Y es un día raro, porque en el caso de que el triunfo ilumine a la señora Clinton, el ex presidente se convertirá en el Primer Hombre de la Historia de los Estados Unidos. La venganza del «chupachús» se habrá consumado.