José Antonio Álvarez Gundín

El salario del miedo

El miedo es esa sustancia viscosa y fría que secretan los regímenes ideológicos para mantener entumecido al ciudadano. A veces repta como la niebla y se cuela por las rendijas hasta el rincón más íntimo de la casa. Otras veces adquiere el rostro letal de la amenaza inminente. Pero en todo momento reclama su salario de silencio y sumisión. En Cataluña hay miedo. Siempre lo hubo al poder nacionalista, a su vocación hegemónica. Ahora, sin embargo, ha cobrado la densidad de la cobardía. Es un miedo que se embosca en el pliegue de las palabras y en los gestos ambiguos. Hay temor a ser señalado por desafecto, a ser multado y hostigado a golpe de ordenanza. Hay pánico a ser marcado por el hierro de los medios de comunicación públicos, a ser examinado en la fe soberanista, a ser llamado a rendir pleitesía a los redentores de la patria. Y quienes más miedo tienen son los empresarios.

Salvo un par de grandes empresarios, especialmente valerosos y sin complejos, la mayoría del empresariado catalán vive atemorizada ante el chantaje separatista. Bajan la voz, encojen los hombros y sólo se atreven a murmurar clandestinamente sus maldiciones. Les amilana la chulería de una Generalitat que tomó represalias contra emblemáticas compañías norteamericanas como la Coca Cola y las «major» del cine, por resistirse al abusivo dictado lingüístico. Lo acaban de expresar con exactitud los directivos alemanes instalados en Cataluña: «Tenemos miedo a la ira nacionalista». Lo confiesan quienes aún sufren las cicatrices del miedo y de la ira que inoculó la furia nacionalista en su país. Saben de lo que hablan. Aún así, estos ejecutivos alemanes han sido los únicos con el coraje suficiente para plantarle cara a los mandarines separatistas. Con un par. Nunca les agradeceremos bastante sus agallas y su valentía personal. Pero, sobre todo, por haber desvelado la catadura moral de unos gobernantes que, desde la prepotencia y la intimidación, se conducen como matones de barrio y practican la extorsión. Los Tardá y cía. han sacado a pasear la recortada de la infamia, fuego a granel contra unas empresas extranjeras que han traído riqueza, puestos de trabajo y una cierta memoria histórica. Porque nadie más indicado que un alemán para alertarnos «de los peligros de un fervor nacionalista, que en el último siglo ha causado sufrimientos inconmensurables en Europa y que tampoco traerá nada bueno para Cataluña». La advertencia ha hecho saltar el clic automático del separatismo: «¡Nazis, hay nazis por la Diagonal!», han gritado con el mismo odio que hace 75 años se gritó: «¡Judíos, hay judíos en este edificio!».