Manuel Coma
El santuario yihadista
No hay como un poco de al Qaida para que te pongan en el mapa. Mali se está dando a conocer, desde hace meses, de la mano del terrorismo islámico. Ahora la decisión francesa de proporcionar apoyo -dice que político al gobierno-, le da otro empujoncito para sacarlo de su anonimato africano occidental.
Sus dos más extensos vecinos son Argelia por el N y Mauritania por el Oeste. Muchos centenares de kilómetros de fronteras rectilíneas con ambos apuntan a un obvio elemento de artificialidad. 15 millones de pobres muy pobres para dos veces y media España, con la habitual variedad africana de grupos étnicos con parentescos más allá de sus fronteras. De cultura francesa y religión musulmana, está divido en dos partes bien diferenciadas. La nororiental, desértica (Sahara) o semidesértica (Sahel), el Azawad, donde está la histórica ciudad de Timbuctú, representa dos tercios de la superficie del país (820.000 km2), pero alberga a menos del 10% de la población (1.300.000), con predominio Tuareg. Es ahí donde reside el problema y donde el extremismo de al Qaida ha echado brotes y encendido destellantes luces rojas en Occidente.
Desde su independencia en 1960 el país ha tenido una historia agitada, pero sólo los episodios del pasado año han suscitados inquietudes internacionales. En marzo del 2012 hubo un típico golpe militar en Bamako, que un cierto nacionalismo tuareg aprovechó para declarar en abril la independencia del Azawad, por nadie reconocida, de consuno con una organización islamista local muy penetrada por elementos radicales extranjeros, Ansar al Dine, con la que los nacionalistas pronto rompieron, para ser arrinconados por los yihadistas, conectados a su vez con la organización que se identifica con al Qaida en el Africa occidental, al sur del Sáhara. Estos elementos se apoderaron de las tres ciudades existentes en el Azawad, dedicando su celo a destruir valiosos monumentos islámicos de Timbuctú, por su relación con formas sufíes del Islam que consideran inaceptablemente heterodoxas, así como a imponer sus rigores a los habitantes. Como en zonas de Somalia y el Yemen, elementos afines a la organización creada por bin Laden cuentan ahora con un santuario que es más que vez y media España.
Estos lodos político-religiosos, aun teniendo sus raíces autóctonas, provienen de la polvareda levantada por la guerra de Libia. De ahí han llegado armas y fervorosos guerreros santos. El ejército nacional puede dar golpes de estado pero no contener a secesionistas de uno u otro color ideológico. Pero no es propio de los franceses dejar que sus creaciones poscoloniales se hundan, sus amigos sean derribados y la francofonía se conmocione. Al fin y al cabo, enderezar la situación requiere unos efectivos cuyos miles se cuentan con una mano y sobran dedos. No es que no signifique un esfuerzo, pero para eso Francia es uno de los pocos países europeos que se toma su –modesta- potencia militar en serio y la considera una justificada inversión. Y como vemos, da lo mismo que el gobierna sea de derechas o izquierdas, a pesar de las promesas electorales de Hollande, de acabar con esas prácticas del cercano ayer. Tampoco hace al caso que la ONU bendiga o no la bienintencionada intervención.
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