Julián Redondo

El temple de Ancelotti

Con los 22 triunfos consecutivos del Real Madrid, hubo quien pensó que Carlo Ancelotti merecía que alguna calle emblemática de la capital llevara su nombre. Con Modric y sin él, remontó el equipo el vuelo desde el traspié con el Atlético. Ahora que ha vuelto a tropezar en la misma piedra y que la posibilidad de no renovar el título de Copa es palpable, los apresurados de siempre inventan una crisis y con idéntico estudio de mercado empiezan a buscarle sustituto. Calma. Paciencia. Serenidad. Templanza. O sea, todo lo que Ancelotti acostumbra a poner sobre el tapete tanto si los renglones salen rectos como torcidos. Tampoco estaría de más que alguno de sus jugadores hiciera examen de conciencia en lugar de culpar al árbitro, paupérrimo recurso.

Después de conquistar el Mundialito frente a la banda del San Lorenzo de Almagro, retumbaron las fanfarrias y el sonido de añafiles, tubas y vuvuzelas ocultó los rumores del fútbol, esos que previenen de lo imponderable y advierten de que la euforia desmedida es el camino más corto hacia el trompazo seguro. Ni tanto ni tan calvo. En la desmesura, cuesta tan poco anunciar la inminente consecución de la Undécima después de una racha triunfal, como cuestionar la capacidad profesional del entrenador tras padecer tres derrotas, dos de ellas oficiales que tampoco son definitivas.

Poner en solfa los conocimientos de Ancelotti, que es como salir a la compra con sandalias a 20 bajo cero, por lo visto cuesta menos que reconocer los méritos de los vencedores. Él, ni culpa al empedrado de las derrotas, como Ramos o Marcelo, ni rompe la baraja. Sólo espera a que pase la tormenta. Entonces triunfa.