Cristina López Schlichting

El trumpismo

La Razón
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Dicen que Trump ha defraudado, pues no lo entiendo. Su discurso es fascinante. El ciudadano en el centro, desplazando a la casta corrupta de Washington; la educación y el Ejército recuperando su razón de ser y las empresas revirtiendo la internacionalización y contratando americanos a troche y moche. El discurso es impecable... sólo que es imposible. Como el de todos los populismos.

¿Cómo puede una empresa que fabrica en India o en China, pagando sueldos infinitesimales, producir el mismo producto al mismo precio? Y, si sube los precios, ya no es competitiva en la aldea global, así que más le vale cerrar o largarse por completo de los Estados Unidos y buscarse otro mercado. La globalización es un proceso imparable. Puede gustar o no, pero internet, los transportes rapidísimos y la interconexión de mercados y personas son un hecho ya, para siempre. Es muy bonito eso de hacer un muro, cerrar la puerta y, hala, a repartirse la riqueza, pero es mentira. Ya se lo he oído en su día a los de Syriza en Atenas, cuando echaban pestes de los «europeos malos que nos roban» y ya ven lo que les ha durado el discurso.

Lo que me inquieta es que lo de Trump no es una excepción. El mismo rollo contra los extranjeros que nos roban y la vuelta al nacionalismo cerrado y las filípicas altisonantes sobre la patria es el que está detrás del Brexit o alienta los movimientos europeos de ultraderecha. Algo está pasando.

Cada época tiene su crisis y su forma de resolver la crisis. En 1917, por ejemplo, la revolución bolchevique alentó la época de los fascismos y comunismos y una guerra mundial. La guerra fría fue la solución: el reparto del mundo en dos bloques, el capitalista y el soviético.

La caída del Muro volvió a plantear paradójicamente un problema, porque el equilibrio entre las dos potencias ya no servía. Se impuso entonces la solución del gendarme único, los Estados Unidos patrullando la aldea global.

La pregunta es qué viene ahora. ¿En qué consiste el «trumpismo»? Este es el siglo de China e India, dos gigantes que por fin han visto a sus clases medias levantarse de la pobreza. Millones y millones de jóvenes bien preparados, dispuestos a matarse por trabajar, se echan al mundo. ¿Alguien cree que se les puede parar? Ni siquiera hace falta que crucen nuestras fronteras: el mercado en red les permite poner nuestros productos, no ya en el supermercado, sino en nuestra misma casa.

A nuestros hijos no podemos educarlos en la idea de que los demás son un problema. Ni en el cierre de fronteras. Lo único realista es educarlos en la competencia sana, que enriquece en la colaboración con otros.

Hay quien habla para el futuro inmediato de un mundo con muchos polos, con muchas alianzas bilaterales. De redes de potencias. En cualquier caso, conviene estar atentos, porque España es demasiado pequeña como para soltar la mano de Europa o EE UU.