Restringido

El último vecino

En Sarnago nadie disputará en mayo el voto del señor Cayo. Sarnago es mi pueblo. Está encaramado en la comarca soriana de las Tierras Altas al pie de la Alcarama. Es un territorio montuno rodeado de sierras peladas. Un día fue el centro de la Mesta y en sus laderas y cabezos pastaron miles de merinas trashumantes. Hoy es un cementerio de pueblos, no llega a dos habitantes por kilómetro cuadrado, menos que el Sáhara. En realidad, toda la provincia es un desierto demográfico, el mayor de Europa. Primero vinieron las máquinas y luego la repoblación de pinos, y sucedió la gran estampida. La repoblación forestal, por orden del gobernador, empujó la despoblación humana: docenas de pueblos vacíos, muertos o dando las últimas boqueadas. El viajero curioso que se aventure por estos escabrosos caminos se encontrará con el silencio, la belleza incontaminada y las ruinas, que no han perdido su magnificencia. Aurelio fue el último vecino de Sarnago. Un mañana desapacible llamó, envuelto en una manta de cuadros, a la puerta de la casa parroquial de San Pedro Manrique. Era un hombre de mediana edad, de aspecto tosco y desarrapado. «Soy el alcalde de Sarnago –se presentó a los dos curas jóvenes recién llegados–, quedamos muy pocos». Pronto cerró la casa el Tomás, el cartero, que resistió lo que pudo, hasta que ya no llegaba al pueblo ninguna carta, y el Aurelio se quedó solo, alcalde de sí mismo. No duró mucho. Se resintió del hígado, las botellas vacías fueron amontonándose debajo de su cama. Los curas lo llevaron al hospital de Soria, donde falleció el 23 de abril de 1979, fiesta de la Comunidad de Castilla y León y de los comuneros. Había cumplido cuarenta y siete años. Nadie acudió a recoger su cadáver, que acabó en la sala de disección de la Facultad de Medicina. «Así murió el pueblo», le digo al señor Cayo, que ahora vive en Madrid y ya no lleva boina. «¿Y dices que los políticos no hacen caso y vuelven las dos Españas, la despoblada y la otra? –pregunta mientras se rasca la cabeza– ¡mal asunto, malo es que se tuerza otra vez el aparejo, malo!...». Se despide y se aleja cabizbajo.