Pedro Narváez
El victimismo del Barça
El Barcelona es más que un club, ya lo sabemos, y cuando entra en el estricto campo de juego demuestra que merece que el pueblo ponga el pulgar hacia arriba por sus gladiadores, tan bien pagados, por otra parte, que de echarlos a los leones les costaría hacer la digestión sólo con la calderilla. Precisamente por ser un gran equipo cometió el gran error de hilar de alguna manera su suerte al del Gobierno catalán cuando sus colores brillan desde Albacete a una aldea africana desde donde parten los últimos exiliados del siglo XXI al asalto de la valla y para los que 1714 es una fecha en la que algunos de sus antepasados eran aún esclavos. Ahora la maldición de Mas, el mayor gafe de la historia milenaria de Cataluña, como antaño la de Tutankamón, ha caído sobre el fútbol. La sanción de la Fifa puede acabar con su etapa dorada. Que la directiva azulgrana, que ya ve una mano negra meciendo la cuna de La Masía, adopte la misma actitud victimista que el nacionalismo militante conducirá de nuevo a la melancolía, ese paraje en el que la vida nos mete goles tristes o indignados y en el que los porteros se quedan cojos. Sólo hay que analizar el destino de su mentor político, al que uno ve por videoconferencia como un «poltergeist» que se cuela en la pantalla y que no ve la luz. La Fifa es ya tan mala como la UE cuando le espeta a Mas a la cara que no hay salida. O sea, en vez de buscar un acuerdo o admitir errores, si los ha habido, se cazan fantasmas. Mas acabará encontrando, como en la película de Spielberg, un cementerio bajo el Camp Nou al que echarle una culpa sobrenatural a lo que tiene una sencilla explicación: si ustedes no se saltan la Ley, no hay tarjeta roja. La desidia nos ha traído a esta portería sin guardameta. En los partidos del Barça deberían prohibirse esos rugidos programados al minuto que oye todo el planeta de la misma manera que no se puede insultar o tirar un mechero. Que el equipo tantas veces verdugo quiera ser víctima lo empequeñece hasta el punto de convertir a sus estrellas en figuritas de futbolín.
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