Cargando...

Martín Prieto

Entre Carrasco i Formiguera y Batet

Los españoles somos iconoclastas y atrabiliarios. Madrid es la única ciudad del mundo que erigió una estatua al diablo («El ángel caído», de Bellver, en El Retiro), y Zapatero cerraba noches de farra política descabalgando a Franco de sus feos monumentos ecuestres. Cuando algún HMS de Su Majestad navega frente a Pasajes dispara una salva de honores por Blas de Lezo, el almirante guipuzcoano, tuerto, manco y cojo, que con seis navíos de línea derrotó a una Armada inglesa de 190 buques en el infructuoso asalto de Cartagena de Indias. Habrá que dar por hecho que mi querido Duran Lleida se habrá ocupado hace años de que perviva en Barcelona la memoria de Carrasco i Formiguera, adelantado de Unió Democrática de Cataluña, constituyente de la República, católico militante y cristiano de los que ponen al tablero su propia vida para salvar la de sus adversarios. Tuvo que huir de Cataluña perseguido por comunistas y anarquistas para acabar secuestrado por el «Canarias». Franco le fusiló para demostrar al Vaticano quién mandaba. Del general Domingo Batet no tengo noticia de alguna señal en la Ciudad Condal, aunque su vida y muerte guardan un lejano paralelismo con Carrasco. Cuando en 1934 Companys hizo la machada (tan ajena al espíritu catalán) de proclamar la República Federal Catalana el primer ministro, Lerroux, ordenó a Batet, jefe de la división de Cataluña, restablecer el orden constitucional. Batet había denunciado la corrupción de los militares «africanistas», era constitucionalista, catalanista, católico practicante y, sobre todo, un hombre honrado. Capitaneando Burgos se negó a violar sus juramentos siendo fusilado por un Franco que le odiaba. Tarradellas se encargó de sacar a Francia a su familia perseguida por quienes sólo veían en Batet al represor de la independencia catalana. Ortega, Marañón, Pérez de Ayala, Unamuno, Madariaga, Vidal i Barraquer, Clara Campoamor, Sánchez-Albornoz, la inacabable nómina de la tercera España son hoy un clamor ante ese comité inquisitorial historicista que nunca recomendará una simple placa al general Batet.