César Vidal
Es que son los míos...
Con verdadero pesar he contemplado la reacción que ha provocado en las redes sociales la cascada de noticias relacionadas con asuntos de corrupción en los que estaría presuntamente envuelta la cúpula de Podemos. La verdad es que esperaba algo muy diferente de una formación que pretende limpiar la bastante enrarecida vida pública española, que se erige en fiscal implacable de la corrupción y que incluso proclama la buena nueva del final de este inicuo sistema de cosas como si de los mismísimos testigos de Jehová se tratara. Lo normal habría sido no digo expulsar, pero sí suspender de militancia a personajes como Iglesias, Errejón y Monedero a la espera de que todo se aclarara. Incluso habría resultado higiénico que algunas voces en el seno de la formación se hubieran alzado para indicar que personas en esa situación político-moral no podían continuar siendo los jefes máximos. Lo que he visto ha sido todo lo contrario. A decir verdad, se ha tratado de la enésima representación de un drama que recorre la historia de España desde hace siglos y que podría titularse perfectamente «Es que son los míos...». No he alcanzado a contemplar un solo mensaje medianamente crítico. Por el contrario, todos ellos insistían en que la actuación de Monedero en relación con Hacienda, la de Iglesias de cara a las leyes laborales o la de Errejón frente a la normativa universitaria carecían de la menor relevancia porque otros políticos no eran más honrados e incluso se habían aprovechado notablemente del presupuesto público. Permítaseme decir que semejantes conductas me provocan una vergüenza ajena que no acierto a describir. Y así es porque ponen de manifiesto que, en realidad, lo que preocupa a tan fieles seguidores no es la corrupción en sí misma sino que de ella se aprovechen otros. Lo grave, lo terrible, lo intolerable resulta que, a fin de cuentas, no es que otros roben sino que a nosotros, parias de la tierra, descamisados, proletariado, no se nos haya permitido entrar todavía a saco en los fondos que, previamente, han salido de los bolsillos de otros ciudadanos. Se suele decir en Estados Unidos que la medida de confianza en alguien se relaciona directamente con nuestra disposición a estar dispuestos a comprarle un automóvil. En mi caso, no adquiriría de los dirigentes de Podemos ni un patinete. Y no lo haría no sólo por su programa delirante sino porque frente a la corrupción la regla que aplica es la de «es que son los míos...».
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