César Vidal
España tras el Brexit
Los británicos han votado y se van de la Unión Europea. La que se le viene encima al Reino Unido no es pequeña, comenzando con los intentos de los nacionalistas escoceses de marcharse a su vez y de los nacionalistas irlandeses por desgajar el Ulster. Con todo –no lo voy a ocultar–, lo que más me inquieta son las repercusiones para España. Las hay, ciertamente, nada deseables. De entrada, las inversiones británicas en España –y previsiblemente el turismo– se resentirán. Por añadidura, las exportaciones españolas a Reino Unido se verán afectadas negativamente. A todo ello hay que sumar la enorme exposición de la banca española a los avatares de la economía británica y esa prima de riesgo que ya ha comenzado a subir y que con la pavorosa deuda acumulada por Montoro a lo largo de cuatro años puede colocar a la nación a los pies de los caballos. Añádase además la supuesta legitimación que el resultado del referéndum otorga a algunas de las más delirantes tesis podemitas como la de la salida del euro. Ésos son los aspectos negativos y no son pocos ni baladíes. Sin embargo, también se abren posibilidades positivas para España. Por ejemplo, España podría reivindicar en serio –en serio, por favor, no esa sandez de la cosoberanía– la entrega de Gibraltar y, de entrada, cerrar la verja e impedir el uso de las infraestructuras españolas a un tipo de negocios que convierten, en comparación, cualquier paraíso fiscal en mediocre purgatorio. También está al alcance de la mano que España dirija, con Gran Bretaña fuera, una coalición de naciones europeas que acabe con el duopolio franco-germano. Hasta podría darse el caso de que España impulsara una política verdaderamente liberal en la UE y alejada de la costosísima burocracia que la atenaza y que ha sido una de las causas de la salida británica. Esas oportunidades existen y son realistas aunque exigirían, como mínimo, que el presidente del Gobierno hablara inglés, algo que, hasta la fecha, sólo ha conseguido Aznar. ¿Qué sucederá, pues? Con seguridad, las consecuencias negativas España no las va a poder sortear y no se encuentra además en el mejor momento para enfrentarse a ellas. Las positivas son otro cantar. Si, efectivamente, estuviera dispuesta a renunciar a una visión que ve en el Estado la solución necesaria para todo tipo de problemas y a apostar por la libertad, se abrirían extraordinarias perspectivas de futuro. La cuestión es: ¿sabrá aprovecharlas o, como desde el siglo XVI, las desperdiciará otra vez?
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