Rosetta Forner

Espíritu humano

Las sociedades modernas, o más concretamente la española, inventaron la Ley de Dependencia. Antes como ahora, la familia y las personas dispuestas a dar su pan y su aliento por otros han cuidado de sus semejantes. No todo está en el dinero, pero éste, qué duda cabe, ayuda mucho en aquellas situaciones en las que escasea y los gastos son muchos. Nuestra escala de valores parece haber cambiado y donde antes había una prioridad «humana» de relacionarnos desde el cariño, ahora el «dinero» se ha adueñado de ese espacio convirtiéndose en el eje en el que se referencia todo. Nos han hecho creer, y así lo hemos aceptado, que el dinero es la solución a todos los males. Cuando, en verdad, no acaba con el sufrimiento ni con la desigualdad social, ni con el egoísmo ni con el «interés». Parece que «alivia el sufrimiento» de esos que lo necesitan para mejor atender a otros, pero el alivio suele ser «escaso y temporal». ¿No sería mejor revisar los valores humanos y el cómo se reparte y usa el dinero de los contribuyentes? ¿De verdad contribuye a su fin social de mejorar la vida de los ciudadanos que, a su vez, son contribuyentes? Propongo empezar por el respeto al ser humano cuando se hace mayor, o deja de ser productivo, o está enfermo y nos recuerda que la vida tiene una cara amarga y fea. Propongo revisar cómo andamos de generosidad y compasión por el prójimo más cercano. Hasta hace tan sólo unas dos generaciones, la «edad» era sinónimo de experiencia, siendo los viejos de la tribu los sabios a los que acudir en busca de consejo. Cuando la autoestima está mal –o sea, cuando nos apreciamos poco–, el dinero es la excusa perfecta para disimularlo. Más allá de lo que haga un gobierno, está el espíritu humano para contribuir a respetarse y a hacer que le respeten, y para inculcar valores espirituales que humanicen la sociedad. Cuando andamos mal de amor, no hay dinero que lo compense. Una sociedad madura es aquella en la que «las obras son amores y no buenas razones».