Alfonso Ussía

Estética religiosa

La Razón
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Falleció un personaje muy conocido de la alta sociedad madrileña. Era marqués y aunque jamás salió del armario, el armario y él compartieron toda su vida. Un poeta satírico, Manuel Fernández Sanz, «Manolito el Pollero», le dedicó un epitafio epigramático con pie quebrado:

«Dejó este mundo de abrojos/ al fin el señor marqués./ El marqués cerró los ojos/... los tres».

Centenares de personas acudieron a la capilla ardiente, y la cisterna del cuarto de baño de invitados dejó de bombear agua. Fue avisado de urgencia el fontanero. Una norma social inflexible es aquella que desaconseja la atrocidad de llegar a una casa y preguntar por la ubicación del cuarto de baño. La norma también tiene rima: «No salgas de tu casa ni entres en la ajena/ con la vejiga llena». La Misa por el alma del patricio difunto se celebraba a las doce. Apareció el fontanero y fue guiado inmediatamente hasta el cuarto de baño averiado. El sacerdote de la parroquia más próxima se retrasaba. Llegó a la casa un segundo fontanero. –Su compañero ya ha está arreglando el cuarto de baño–. El fontanero se mostró inseguro.

–Ustedes me han llamado y yo he venido. Pero si han avisado a otro fontanero, me parece muy bien. Son cien pesetas por el desplazamiento–. La sobrina del marqués creyó interpretar el importante desconcierto. Fue hasta el cuarto de baño y ahí estaba el fontanero, de brazos cruzados, sin saber qué hacer. –¿Es usted fontanero?–; –No, soy el sacerdote. Pero me han metido en el cuarto de baño, y aquí estoy, esperando acontecimientos–. –Si fuera usted vestido de cura, no le pasarían estas cosas–. Y el sacerdote ofició la Misa y el fontanero arregló el cuarto de baño.

Se dice que las apariencias engañan. Puede ser. Pero engañan mucho menos que las desapariencias. Se da mucho entre los religiosos. El Concilio Vaticano II aportó innumerables avances en el seno de la Iglesia, pero también provocó confusiones. La textil, fundamentalmente. Muchos sacerdotes se olvidaron de sus sotanas o sus «clergyman», y casi todas las congregaciones de monjas dedicadas a la educación, se indumentaron de cortinas sobrantes y andantes. Desde mi particular perspectiva, tres son los principales enemigos de la Iglesia. El Diablo, la confusión indumentaria y los coros parroquiales acompañados de guitarras. Dios entra de lleno con la música sacra, y no con los aleluyas de los «Boys Scout» canoros. Me emocionan las misas cantadas por solistas y coros, o simplemente las acompañadas por órganos o clavicordios. Y me ofrecen toda la confianza los curas vestidos de curas, las monjas de monjas, y los monaguillos de monaguillos. Toda la moda del desaliño viene de la Iglesia obrera del franquismo y el bueno del padre Llanos, que también instituyeron el tuteo entre la dignidad eclesiástica y los fieles. El «usted» está desapareciendo de nuestra costumbre hablada. Y de mí, un sacerdote o una monja, aunque sean parientes y amigos de toda la vida, jamás recibirán un tuteo.

Algo han cambiado las cosas, y para bien. La estética religiosa puede provocar algún disgusto con la cantidad de forajidos que pululan hoy en día por nuestras calles. Pero, incluso entre los no creyentes, y aún más, entre los anticlericales más incendiarios, existe un respeto ancestral hacia la sotana, que no es otra cosa que la exhibición pública de la humildad y la pobreza.

Se vuelve poco a poco hacia la estética religiosa. El día de mi muerte, que espero no lejano, no me gustaría, ya desde el silencio, que al sacerdote que acude a rezar por mi alma lo confundan con un fontanero, como en el caso del difunto marqués de marras. Hoy me ha dado por esto, y qué le vamos a hacer.