Manipulación intencionada

Francisco Marhuenda
Margallo reúne una serie de características que lo convierten en un gran ministro de Asuntos Exteriores. Es difícil encontrar otro político que tenga una experiencia tan dilatada en este terreno, ya que conoce en profundidad los complejos vericuetos de la política comunitaria donde fue eurodiputado desde 1994 hasta que asumió la cartera ministerial. Desde esa atalaya privilegiada ha desarrollado una amplia actividad en campos como la economía, el comercio y la política internacional de la Unión Europea. Margallo es economista y jurista, inspector de Hacienda y doctor en Derecho así como master por la prestigiosa Universidad de Harvard. Fue diputado de UCD y secretario general de su grupo parlamentario. La lealtad es una de las características principales de Margallo. Como monárquico lo fue del conde de Barcelona y de Don Juan Carlos en los difíciles años sesenta y setenta. Lo es de su partido y de su amigo, el presidente del Gobierno. Y sobre todo de España cuando hay quienes desafortunadamente dan poca importancia a algo tan decisivo y fundamental como es el patriotismo. Las grandes naciones del mundo como Alemania, Francia, Gran Bretaña o Estados Unidos tienen la fortuna de contar con una clase política y una población que se caracterizan por su profundo patriotismo.
Margallo es un político brillante y directo, que ni se pierde en vericuetos ni utiliza un doble lenguaje. Es algo que ha demostrado en la crisis que ha provocado Fabian Picardo. «¡Gibraltar español!» es una vieja reivindicación que siempre ha unido a los españoles de bien durante trescientos años. Es el signo de la derrota y una herida lacerante. No es sólo patriotismo sino la expresión de una injusticia histórica que no pudo ser reparada con las armas o la diplomacia. Fue un acierto que lo dijera Margallo, aunque algunos hicieran burla, como lo fue también que Rajoy mantuviera esa reivindicación en su discurso en Naciones Unidas. España ni puede ni debe ser blanda en la reivindicación de la soberanía, aunque pueda estar lejana, o en la exigencia de que los gibraltareños cumplan con la legalidad. No es una cuestión de orgullo nacional, sino un tema de enorme trascendencia económica y social. Los gibraltareños, al igual que el secesionismo de CiU o PNV, se crece con la debilidad española y la desunión política.
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