Julián Cabrera

Fascinantes plazas

El fenómeno de las grandes plazas atiborradas de muchedumbres, de las cadenas humanas y de las grandes sentadas ha ejercido desde siempre una fascinación que en no pocas ocasiones ha terminado por suplantar a las auténticas mayorías silenciosas, derivando en irreparables tragedias. Basta recordar lo ocurrido durante la «primavera árabe» en la plaza Tahrir o las protestas en la plaza de la independencia de Kiev, para comprobar que no todos los elementos que se encontraban detrás de esas movilizaciones estaban precisamente impregnados de valores democráticos.

Lo que actualmente está ocurriendo en Cataluña, donde parecen contarse con mayor valor los asistentes a convocatorias de la calle que los votos de las urnas, no adolece de paralelismos con esa peligrosa fascinación, de ahí que la «Asamblea Nacional Catalana» (ANC) figure hoy como verdadero protagonista político sin haber pasado por las urnas.

Acaba de avisar Carme Forcadell, presidenta de la citada ANC, que no aceptarán «bajo ningún concepto» un agotamiento de la legislatura en Cataluña si finalmente no puede llevarse a cabo la consulta del «9-N». Una amenaza en toda regla que en este punto y hora ignoro cómo se podría materializar, salvo pasándose por el arco del triunfo la legitimidad parlamentaria por discutible que sea y arrogándose la fuerza de las fascinantes plazas concurridas y las cadenas humanas.

Pero no nos engañemos, la llamada asociación nacional catalana no actúa totalmente al margen de CiU y sus socios de ERC. Son éstos quienes han puesto el presente y puede que el futuro de Cataluña en manos de un Frankenstein al que han dado cuerda y al que ya no pueden, o no quieren parar. Tal vez Artur Mas prefiera pasar a la historia más que como un gobernante coherente, como un héroe de su particular plaza Tahrir.