José María Marco

Flexibilidad y despolitización

A los dos años de la promulgación de la reforma laboral, se ha escuchado mucho hablar de los miles de empleos perdidos, del descenso de personas inscritas en la Seguridad e incluso de la bajada de los sueldos en un 10%. El dato fundamental, sin embargo, es otro. En el último año se ha detenido la destrucción de empleo y se ha empezado a crear trabajo, con un 0.3% de crecimiento del PIB en el último trimestre. Es algo nuevo, e indica que algo ha cambiado en la estructura misma de la sociedad española. Todo indica que hemos dejado atrás la maldición según la cual era imposible crear empleo si no se crecía al 2 %.

Muchas veces, cuando se habla de las tasas de ocupación de otros países, por ejemplo de Estados Unidos o de Holanda, se añade una expresión de deseo, casi un suspiro que parece certificar que en nuestro país eso es algo irrealizable... Pues bien, no hay ninguna razón que impida a la economía española alcanzar algo parecido, si se acepta cumplir con las leyes que rigen la creación de empleo, en España, en Holanda, en Estados Unidos y en cualquier parte del mundo.

Las empresas, como bien ha establecido la reforma laboral, tienen que tener la capacidad de negociar las condiciones de trabajo con sus empleados, sin estar sujetas a convenios políticos. Las condiciones del despido objetivo tenían que ser más amplias, y las indemnizaciones, más reducidas. También estaba claro que había que compatibilizar situaciones, y facilitar, como se ha hecho, la contratación a tiempo parcial. Es este uno de los puntos más importantes de todas las medidas que se han venido adoptando.

La economía española ha hecho la prueba –desastrosa– de la rigidez y la politización del trabajo y de las relaciones laborales. Nunca hemos bajado del 8 % y en los picos más altos, como en 1994 y en 2013, pulverizamos los récords de los países desarrollados. Es una situación absurda, con consecuencias en todos los órdenes: no sólo en la prosperidad y en la intensidad de la vida española, también en la demografía, que requiere desesperadamente medidas de flexibilidad. Conviene recordar, por último, que las medidas se han tomado sin haber reducido las prestaciones sociales y sin el respaldo del principal partido de la oposición. Se puede soñar imaginando el nivel de paro y de actividad económica que tendríamos si hubiera un consenso mínimo acerca del sentido de las reformas. Claro que eso exige un poco de madurez.