Cristina López Schlichting

Ganas de morirse

No sé, a veces recuerdo a mis abuelos y me da la sensación de que antes todo era más fácil, nacer, parir, morirse. Ahora tememos mil sufrimientos y todos con nombre técnico: astenia primaveral, depresión postparto, síndrome de vuelta de vacaciones, estrés postraumático. Pareciera que hasta marcharse de veraneo exigiera un manual. A la gente no le ha gustado nunca fallecer, pero no recuerdo a mis mayores pensando desde los 60 en los problemas de la agonía. Cela me dijo: «No debe ser tan difícil, al fin y al cabo todos lo hacen». Como no soy de quienes creen que todo tiempo pasado fue mejor, prefiero pensar que las técnicas para alargar una vida que se acaba y esos espectáculos dantescos de las agonías de Hirohito o Franco nos han metido el miedo en el cuerpo ante la posibilidad del justamente llamado «encarnizamiento terapéutico». Hay que morirse y no sirve de nada inyectar y mecanizar un cuerpo ya exhausto. Cuando llegue mi hora, inténtenlo todo para ponerme en pie pero, cuando sea imposible, denme compañía y una bendición. Y si me duele mucho, morfina. Ya sé que esto acorta la vida, pero la longitud no es lo que define el valor de la existencia y a la Iglesia le parece estupendo paliar los dolores. Ahora, tirar la toalla antes de tiempo es cobardía. A mí esos señores que pagan un pastón por ir a clínicas suizas que les ponen veneno para matarlos me parecen enfermos, pero de miedo. La llamada «eutanasia activa» es, sencillamente, una temeridad que desata muertes no queridas e innecesarias, como han demostrado los informes del Ministerio de Sanidad Holandés. El Gobierno de Ámsterdam prometió a los médicos que, si respondían anónimamente a un cuestionario sobre sus prácticas en este campo, no serían perseguidos judicialmente. Así se elaboró el Informe Remmelink, que descubrió que se había practicado una media de 3.000 eutanasias activas (suministro de substancias letales al enfermo que lo pide) entre 1990 y 2001 y –he aquí lo peor– que en 1.000 casos anuales ¡se habían realizado sin autorización del paciente! O sea, sólo por decisión del médico o los familiares (quiero pensar que apiadándose del enfermo). Nada tiene que ver la sedación terminal con este suministro de venenos, que es de lo que hablamos con el concepto «eutanasia». Ésta abre la puerta a extrañas y peligrosas decisiones. Tanto miedo a la muerte puede llevarnos, paradójicamente, a desarrollar ganas de morir.