Pedro Narváez

Gibraltar on the rocks

Llevamos inoculada en nuestra genética la alerta antipiratas. Por eso ahora imaginamos que la bandera negra ondea en Gibraltar y que allí se esconden forajidos que los ingleses convirtieron en héroes porque robaban a España para su graciosa Majestad, tan graciosa que en La Línea seguro que cuentan chistes con risas enlatadas desde hace siglos. Los tiempos cambian y, sobre todo, los que lo cuentan. Ahora sabemos que entre la población llanita no se esconden bravos marinos de la isla del tesoro, sino contrabandistas, ingenieros fiscales y chulos que hacen rugir su automóvil como si se presentaran al servicio mercenario de Ricardo Corazón de León. Está tan claro, que sorprende que a la oposición le moleste que el Gobierno proteste por la furia expansionista del Peñón y sólo se explica en la negación que la izquierda tradicional hace de España, tanto que si nos volvieran a invadir desde la roca, como en el 711 hizo Tariq, los veríamos de palanganeros de los conquistadores y votando por ellos en el festival de Eurovisión. No otra es la decadencia que supura este verano el dolor español. Esta tierra, sin embargo, será España hasta el terremoto final, aunque de Algeciras a Gerona se hablara el inglés de Oxford. Y la izquierda seguirá durmiendo en la frustración que la lleva a la nostalgia. Se alegran de que una encuesta proespañola del «Daily Telegraph» pudiera estar manipulada, se ponen de parte de Cameron, y no de Camarón, en vez de defender a los pescadores, les trae al pairo que se construyan gasolineras flotantes mientras su conciencia ecológica exige que a este lado de la verja cierren los chiringuitos. En otros tiempos se llamaría traición. La gran figura gibraltareña del momento es John Galliano, el que fuera diseñador de Dior, al que expulsaron, empapado en alcohol on the rocks al conocerse sus proclamas racistas. Galliano acabó en una clínica de rehabilitación. Picardo pudiera ser un Galliano de la política, una estrella superada por su sueño imperialista, un hilo pegado a un aguijón. Cuando despierte, todavía estaremos aquí, aunque sea con la boca cosida.