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¿Globalismo o americanismo? (I)

La Razón
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Con todos los matices obligados, las políticas domésticas de Hillary Clinton y Donald Trump no se distancian de lo defendido por los partidos que los han nominado. La gran diferencia es la manera en que ambos afrontan la política exterior. Aunque suele repetirse que los republicanos son más halcones y los demócratas, palomas, la afirmación no resiste el análisis riguroso. Fueron demócratas los que gobernaron Estados Unidos durante las dos guerras mundiales y la de Corea e iniciaron la escalada bélica en Vietnam. Obama bombardeó siete naciones en cinco años lo que no está nada mal para un premio Nobel de la paz. Los presidentes de Estados Unidos habrán podido, individualmente, sostener posiciones diferentes, pero no por su adscripción de partido. En realidad, soluciones y metas han sido frecuentemente similares. Trump y Clinton presentan, sin embargo, ópticas opuestas que derivan de su preferencia por lo que podríamos denominar el globalismo y el americanismo. Ambos apelan a América y creen en su proyección internacional, pero desde perspectivas distintas. Trump propugna los principios de un americanismo con paralelos históricos en demócratas y republicanos. No desea un aislamiento internacional, pero ve perjudiciales los acuerdos comerciales con México y Canadá. Igualmente, no siente entusiasmo hacia el TTIP con la UE. Por el contrario, defiende un proteccionismo favorable a las empresas americanas aunque implique su repatriación de China. Trump no ve sentido a las intervenciones internacionales que no han concluido con éxito, aunque sí han significado una sangría de recursos. Irak, Afganistán, Libia, también Ucrania son aventuras que, salvo para algunos, no han beneficiado ni a la economía ni a la posición exterior de Estados Unidos. Por supuesto, Washington ni puede ni debe perder su posición hegemónica en el mundo, pero ha de evitar conflictos que nada le aportan, que sólo causan beneficios a determinadas transnacionales y que contribuyen a aumentar la deuda y el déficit. También sería de justicia que si la NATO se perpetúa, sea remozada y los aliados asuman gastos que el contribuyente americano lleva sobre sus hombros casi en solitario. América es lo primero y determinados planes globales, aunque la tengan por protagonista, no sólo no le convienen sino que la perjudican. Distanciarse, pues, de ciertos lobbies y de la conducta abusiva de algunos aliados se convierte en política imperativa. La posición de Hillary es muy diferente, pero de ella, hablaré en otra entrega.