José María Marco

Googlers somos todos

La Razón
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Un personaje de la serie «Silicon Valley», que se desarrolla en la California rabiosamente postmoderna de las empresas de tecnología punta, le advierte a otro, de origen chino, que tenga cuidado porque allí no va a tener ni de lejos la libertad que tenía en su país natal. El comentario no se ha visto desmentido por el incidente ideológico-laboral recién ocurrido en Google, y que ha acabado con el despido de un ingeniero.

El ingeniero utilizó un foro de discusión interno para criticar la forma en la que la compañía aplica su política de no discriminación. En realidad, el 31% de los empleados de Google son mujeres, el 2% negros, el 4% hispanos, con una mayoría de blancos y asiáticos. Además, se permitió emitir opiniones personales acerca de por qué ocurre esto, lo que le llevó a hablar de diferencias de aptitudes entre géneros. Sin duda podía haber sido más cuidadoso. El resultado, en cualquier caso, es de todos conocido. (Por seguir con China, se recordará la campaña de la Revolución Cultural «Que cien flores florezcan», cuando Mao animó la libertad de expresión... y en vista de los resultados acabó con los disidentes, por lo menos con los más ingenuos.)

No hubo más ingenuos, ni probablemente los habrá ahora en Google. La corrección política y el multiculturalismo, que podían haber sido la reinvención de la cortesía ante situaciones que son, efectivamente, nuevas, se han convertido en dogmas de fe. Todos somos tolerantes, mientras pensemos lo mismo. Es lo que el ingeniero despedido ha llamado «la cámara de eco ideológica» de Google.

En las reacciones de los responsables de la compañía sorprende el recurso al eufemismo, que es la única manera de expresarse en este nuevo universo en el que cualquier discrepancia resulta perturbadora, amenazante. El mundo cerrado de la universidad progresista, con sus prohibiciones y sus tabúes, sigue filtrándose a la realidad, ahora, como se ha dicho, al mundo empresarial. También llama la atención que se hable de «googlers» para referirse a los empleados de la compañía. No son sólo eso, efectivamente: los «googlers» participan de una naturaleza distinta, más depurada, como los miembros de una secta ideal. Y a esta nueva naturaleza del ser humano debemos aspirar los que recurrimos a Google, que somos casi todos los que usamos internet en las democracias antes liberales.