José María Marco

Gracias a España

La entrega de los Premios Alfonso Ussía siempre es agradable, porque a pesar de una cierta desgana producida por los festejos de estos días, siempre se tiene la ocasión de saludar a personas extraordinarias. Este año los Premios han resultado particularmente bien. Y ha sido así porque se ha consolidado con claridad el motivo del Premio. Está, por supuesto, la ejemplaridad de la trayectoria vital y profesional, los mejores estudiantes, el Personaje y los Héroes del año, o de todos los años, como dijo el anfitrión.

Lo que les reunió a todos en LA RAZÓN, sin embargo, va un poco más allá del cultivo de grandes y excelentes virtudes. El esfuerzo, la tenacidad, la sensibilidad, la ambición y el trabajo, sobre todo el trabajo como dijeron varios de los premiados, significan algo más que una cuestión personal o de carácter. Se apoyan en lo que es común a todos los que compartimos con ellos: la nacionalidad, es decir una forma de identificarnos con los demás y la proyección, en la realidad del mundo entero, de las ambiciones y la capacidad imaginativa de millones de españoles como nosotros. Hay quien piensa que las naciones son artefactos con fecha de caducidad sobrepasada. Lo más probable es que sea justamente el hecho nacional el que haga posible la materialización concreta de algunas de las grandes virtudes personales y cívicas como las que se celebraron aquí el miércoles. Estudiantes como Sara Moreno y Miguel Villa son el futuro de lo que estamos construyendo ahora mismo: un futuro imprevisible, como es la España venidera, que sólo ellos podrán construir. Amaya Valdemoro está entre nuestros primeros deportistas y ha contribuido decisivamente a la brillante realidad del actual deporte español. Nuestros soldados (y nuestros guardias civiles) destacados en Afganistán han dado lecciones inagotables de profesionalidad y desprendimiento: en contra de lo que pasaba hace años, los españoles nos vamos acostumbrando a tener en las Fuerzas Armadas una referencia moral. El ganadero Victorino Martín y Teresa Berganza son ejemplo de cómo lo español puede convertirse en una dimensión inteligible y concreta de lo humano. Teresa Berganza, en particular, ha impregnado toda la música que ha cantado de una especial gravedad, en la que en cada nota, en cada silencio parece que está en juego la vida misma. Y cuanto más alegre y más risueño es el matiz, más serio es el eco que se escucha al fondo. Esa dimensión, en la que se reconocerán los premiados de este año, sólo se entiende gracias a España.