Alfonso Ussía

Gracias por el cariño

La Razón
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Hay más de 1.500.000 de musulmanes en España. Y miles de mezquitas, escuelas del odio. En Madrid, la gran mezquita de la M-30, que por otra parte es sencillamente horrorosa. Y la reacción de esa numerosa comunidad musulmana en España posterior al ataque del terrorismo islámico en Barcelona ha sido emocionante. Miles de manifestaciones por las calles de las ciudades y pueblos de España. Intensas oraciones en las mezquitas por los inocentes asesinados. Alá tiene que estar tarumba de gozo con tanto amor y cariño. Creo que en Benalmádena, un vendedor de frutos secos de hondas creencias musulmanas, ha manifestado que no le ha parecido del todo bien lo ocurrido en Barcelona. Hay que premiar a ese vendedor de frutos secos. En la gran mezquita de Madrid, es tal el recogimiento de los orantes cara a La Meca, que se han olvidado de las víctimas de Barcelona.

Es lógico. La oración cara a La Meca exige una concentración máxima que no deja resquicio a otros sentimientos menores. Ese millón y medio largo de musulmanes en España, de tanto rezar a Alá no se ha apercibido aún de que han sido acogidos en una nación que no es la suya, con unos principios y valores que no son los suyos, con una ingenuidad que ellos no tienen, y con unas costumbres que los musulmanes no consideran respetables. Mientras las autoridades les dispensan toda suerte de documentos y ventajas en perjuicio de muchos españoles, ellos rezan a Alá. En Madrid, la relación de beneficiarios de viviendas protegidas es digna de ser repasada. Por cada español que accede a una vivienda pagada por los impuestos de los españoles, diecinueve musulmanes que no han pagado nada se quedan con ellas. Y rezan, pero no agradecen. Y rezan, pero no aceptan nuestras costumbres. Y rezan a Alá, y Alá les ordena que maten a los infieles. Y algunos pocos le obedecen, mientras el resto del millón y medio de musulmanes que han recibido cobijo en España, calla. Gracias por tanto cariño, gracias.

Aquí –en Europa–, seguimos alimentando, mimando y cobijando a quien desea nuestra muerte. A quien, en su interpretación violenta del Corán, obedece las sugerencias de Mahoma, el profeta de Alá, y busca el paraíso a cambio de asesinar a unos cuantos infieles. En Europa, sus dirigentes no se han enterado todavía de qué va la cosa. Transcribo las palabras de Emil Shimoun, Arzobispo de Mosul, que vive y muere todos los días entre el odio yihadista: «Por favor, tenéis que entendernos. Vuestros principios liberales y democráticos no tienen ningún valor aquí. Debéis considerar la realidad de Oriente Medio, pues estáis dando la bienvenida en vuestros países a un número creciente de musulmanes. Debéis tomar decisiones valientes y duras, incluso al coste de contradecir vuestros principios. El Islam no dice que todos los hombres sean iguales. Vuestros valores no son sus valores. Si no entendéis todo esto pronto, seréis víctimas de un enemigo implacable y brutal al que habéis dado la bienvenida en vuestra casa».

De todas las regiones de España, Cataluña es la que más amor y confianza ha ofrecido a los musulmanes, que allí superan el número de quinientos mil. Pujol abrió la mano a la inmigración árabe en perjuicio de la sudamericana. Ésta hablaba español. Y la musulmana también habla español, pero en ese detalle de futuro no reparó Pujol. Resulta ridícula la falsa bondad de muchos españoles interpretando el Corán. «Es un libro de paz». Nadie interpreta la Biblia y el Nuevo Testamento desde la violencia y el crimen. Pero el Corán no parece tan diáfano como nuestros libros sagrados. La gran periodista Oriana Falacci, que pasó una buena parte de su vida profesional en territorios musulmanes, de origen izquierdista y desenlace liberal, lo escribió con su habitual valentía: «No entiendo la deferencia con la que los católicos se refieren al Corán. Alá nada tiene que ver con el Dios del cristianismo. Nada. No es un Dios bueno, no es un Dios padre. Es un Dios malo, un Dios dueño. No trata a los seres humanos como hijos suyos. Los trata como súbditos, como esclavos. Y no enseña a amar. Enseña a odiar. No enseña a respetar. Enseña a despreciar. No enseña a ser libre. Enseña a obedecer».

Estamos, en toda Europa, en la frontera de la rendición. Nuestro continente, tan avanzado en los derechos humanos y la libertad plena, es una nena cagona respecto a la invasión yihadista. Y no hay tiempo por delante para reaccionar. O se reacciona o se muestra la bandera blanca de la capitulación. Eso sí, sin olvidar la emoción que hemos sentido los españoles por las sinceras y numerosas palabras de repulsa y consuelo de la comunidad musulmana cobijada y prohijada en España. ¡Qué floración de sentimientos!

Gracias por tanto cariño. Gracias.