Iñaki Zaragüeta
Gran político con dotes de liderazgo
N adie duda de que Adolfo Suárez fue una pieza trascendental para la Transición española, para pasar de un régimen unipersonal a una democracia. Tardó en recibir el merecido reconocimiento, tanto, que apenas pudo disfrutarlo. También es cierto que él puso algo de su parte cuando, en lugar de retirarse de la cosa pública tras haber presidido los gobiernos de aquellos años, optó por fundar otro partido y presentarse a las elecciones aún con los flecos de su accidentada despedida. La acogida no pudo ser más negativa. En cualquier caso, Suárez demostró dotes de gran político y de liderazgo social. Supo seducir cuando fue menester, engañar cuando era inevitable y estructurar el suicidio de las Cortes franquistas para dar paso a otras, fruto de unas elecciones. Tuvo grandes compañeros de viaje como Su Majestad el Rey y Torcuato Fernández Miranda, así como los líderes de izquierda. Al duque de Suárez le atribuyo, además, dos cualidades que fueron de gran relevancia. En todo momento, tuvo valor y firmeza y propició los Pactos de la Moncloa, un ejemplo de convivencia y de relegar intereses partidistas ante los de España. Cuánta falta haría una reedición para los tiempos actuales. Dicho esto, no pudo gozar de su obra. Los suyos, los de UCD, fueron los primeros en traicionarle. Después, la enfermedad. Aunque, eso sí, en vida ha sido objeto de todo tipo de loas, del reconocimiento general y, sobre todo, del aplauso universal hasta erigirse en modelo para otros muchos países. Así es la vida.
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