Manuel Coma

Guerra y paz electoral

Pakistán, con sus 177 millones de habitantes, de los cuales 100 millones tienen menos de 25 años, lleva muchos siendo la bomba a punto de estallar. En la era de la globalización, el estallido daría la vuelta al mundo. Con estas elecciones ¿se aproxima o aleja de ese fatídico punto? Nadie lo puede saber. Hay elementos de esperanza y signos de deprimente continuidad. Lo mejor es, quizás, las elecciones mismas. En sus 64 años de historia es la primera vez que un gobierno agota su mandato y la trasmisión de poder se realiza por vía democrática. El Ejército ha sido un auténtico estado dentro del Estado, teniendo en su interior un servicio de inteligencia militar que a su vez gozaba de enorme poder y gran autonomía. Ahora parece más dispuesto a constreñirse a su ámbito y seguir las reglas constitucionales. Ha tenido siempre derecho de veto y con frecuencia de dictado sobre la política exterior y de seguridad; ha sido el árbitro del poder civil, al que ha sustituido en dos notables ocasiones y, en un país que nunca ha salido de la pobreza, ha tenido un presupuesto privilegiado. La razón de todo ello era el perpetuo fantasma de la amenaza india, a cuya réplica estaban enfocadas gran parte de las energías públicas y la conciencia nacional. Desde los atentados de Bombay en 2008, el recelo indio frente a sus escindidos vecinos no ha hecho más que consolidarse, pero, curiosa y afortunadamente, la obsesión anti-india en Pakistán ha disminuido sensiblemente y esta nueva actitud, a su vez, empieza a producir un deshielo en Nueva Delhi. Si se confirma, Pakistán se librará de una tremenda rémora, la «civilización» de sus Fuerzas Armadas podrá consolidarse y un factor esencial de la peligrosidad internacional inherente al país, el espectro de que en una nueva guerra entre los hermanos separados, que sería la cuarta, alguno de los contendientes echase mano de su pequeño arsenal nuclear, podría, por fin, desaparecer. Menos dispuestos estarían los militares a ver disminuido su parte del exiguo pastel nacional. El otro rasgo que desestabiliza en el interior y amenaza hacia afuera es la potencia de un islamismo militante y agresivo que constituye el principal producto de exportación. Desde luego no van a imponerse en la cita electoral y nunca han estado en condiciones de hacerlo, pero ensangrientan continuamente toda la sociedad y consiguen que otros muchos que no se identifican con ellos les rindan temerosa pleitesía. El ISI, la temible inteligencia militar, les ha mostrado peligrosas afinidades y ha tratado de manipularlos para sus propósitos, jugando, en ocasiones, a aprendices de brujo. El radicalismo islamista organizado políticamente, aunque no domine, nunca es una fuerza que se pueda despreciar y su versión manifiestamente terrorista, los talibán paquistaníes, se ha dedicado a lo largo de la campaña a asesinar candidatos de los partidos que consideran más hostiles, lo que pesará en la participación y los resultados.