Alfonso Ussía

«Gürtel»

Cuando se lleva muchos años en el guiñol, se conoce a demasiada gente. Se lo dijo el gran Bernard Shaw a un pelmazo que le abordó: -Maestro, ¿puedo presentarle a mi sobrino?-; -No, no puede. Lo que quiero es que me despresenten a la mitad de los pelmazos que conozco-. Los sobrinos siempre dan mala espina. El incomensurable Luis Escobar descendió por las escaleras del restaurante «Club 31». Un coetáneo acompañado de un jovencito de buen ver se incorporó de su mesa. -Luis, te presento a mi sobrino-; -encantado, pero no es necesario que me lo presentes. Fue mi sobrino la semana pasada-. Bernard Shaw y Luis Escobar me han distraído el motivo de este artículo.

El juez Ruz ha dividido la investigación y ha imputado en la primera fase procesal del «caso Gürtel» a cuarenta y cinco personas, la mayoría militantes o vinculados al Partido Popular. Me ha sorprendido agradablemente constatar que de los cuarenta y cinco imputados sólo conozco a dos. Ángel Sanchís y Álvaro Lapuerta. Un tercero, que nada me conocía y a quien no había visto en mi vida, me abrazó con efusión en los prolegómenos de un tostón del Siglo XXI. Álvaro Pérez, «El Bigotes», todo él amable y deleitoso. Me sitúo en el lugar del viejo conde de la Cimera, propietario de una estupenda yeguada de caballos de carreras, asiduo al Hipódromo, cliente de los mejores sastres de Madrid y único español que se arreglaba el pelo todos los días para no parecer que se había cortado el pelo. A Cimera, según Villapadierna, le preguntaron un día qué requisitos eran los necesarios para formar parte del pequeño grupo de la gente «conocida». -Es muy sencillo. Que los conozca yo. Es decir, que los imputados en esta primera fase del trinque «Gürtel» no son bien, no son gente conocida. Cimera ha muerto y yo no los conozco.

¿De dónde han salido? ¿Quién los llevó a los recovecos de la política? ¿Qué padrinos tuvieron en el Partido Popular? Me temo lo peor. Personas originalmente igual de desconocidas que al cabo de los años, como buganvillas veraniegas, florecieron y treparon. Hay detalles que la ciudadanía tiene todo el derecho a saber. Por ejemplo. ¿Quién fue el protector de Francisco Correa? Entiendo que puede hallarse algo de básica injusticia en mi apreciación, pero no hay que ser un genio de la observación ni es necesario presentar certificado de estudios de psicología para intuir, en un primer golpe de vista, que Correa puede ser un fresco. Como «El Bigotes». Me ha sorprendido, en cambio, la imputación de Álvaro Lapuerta, el viejo tesorero y militante del Partido Popular al que conocí, siglos atrás, cuando en el desaparecido diario «YA» me encomendaron que escribiera crónicas parlamentarias. Eran colaboraciones amables y positivas, pero topé con la Iglesia, como Don Quijote y Sancho. Se despedía de su escaño azul, después del batacazo de Calvo-Sotelo y el triunfo abrumador del PSOE de Felipe González, la ministra Soledad Becerril, en aquellos tiempos una belleza liberal. Y escribí que el cuero azul del escaño se había desteñido con las lágrimas de su tristeza por perder el contacto con el culo de doña Soledad. Se publicó el texto, pero una mano censora sustituyó «culo» por «pompis». Y quedó muy ridículo lo del pompis de doña Soledad, más aún cuando es de todos conocido y está científicamente demostrado que el ser humano tiene pompis hasta los dos años de edad, y que a partir de ahí, el pompis se convierte en definitivo culo. Álvaro Lapuerta era un gran compañero de charlas y cafés en el Congreso y lo estimé mucho y sinceramente. A Sanchís me lo presentó Fraga, como en un estornudo, comiéndose las sílabas: -Mire Ussía, le «psento a Chiss»-. Y me lo presentó. De toda la relación de imputados sólo he lamentado la presencia de Álvaro Lapuerta, al que le deseo suerte en estos tiempos de nubes mentales, físicas y judiciales.

Pero no es una relación de gente «conocida», al modo del conde de la Cimera. Y ello es más grave, cuando el Partido Popular, el partido implicado en el feo asunto, es el que representa al centro liberal y la derecha de España, si bien en los últimos años sus votantes experimentamos una desasosegada confusión. En todo macroproceso, el juez está autorizado a imputar a un noble inventado para hacerlo más atractivo para la opinión resentida. Por ejemplo, si el juez Ruz, después de comprobar la vulgaridad de los imputados hubiera añadido en la relación al «marqués de Bosquefino», que no existe, el pueblo se lo habría agradecido.

Con estos imputados, esta golfería de «Gürtel» va a terminar aburriendo a todos. Una trama de presumibles granujas de la derecha sin marqués incluido no puede ser otra cosa, como diría Cimera, que una ordinariez.