César Vidal

Hace 45 años

Me parece que fue ayer porque la ubicación se encuentra en esa tierra de nadie que es la infancia. El 17 de marzo de 1969, cuando yo todavía me levantaba a las seis de la mañana para ir al colegio a pasar un frío sobrecogedor bajo una disciplina que convierte, en comparación, a la del cuerpo de marines en un verdadero pitorreo, Golda Meir se convertía en la primera mujer de la Historia que alcanzaba la inmensa responsabilidad de presidir un gobierno. Ahora no parece tan importante porque hemos tenido ya tantas ministras – alguna incluso imputada, alguna demostrando que puede ser tan incompetente como el varón más negado– que semejante circunstancia no le sorprende a nadie. Sin embargo, entonces constituyó un auténtico bombazo. Recuerdo, por ejemplo, al padre Blas mofándose de la canción zarzuelera que afirmaba que «si las mujeres mandasen serían balsas de aceite los pueblos y las naciones», sólo porque Golda Meir, puesta a enfrentarse con un enemigo encarnizado, no demostraba menos temple que cualquier hombre. También recuerdo las referencias a su físico como si a los varones se les exigiera pasar alguna prueba de elegancia para que les dieran una cartera ministerial. Me consta que las críticas no le llovieron sólo desde aquella España que aún se escandalizaba por el bikini – a mi prima Virginia por esas fechas la obligaron con nueve años a ponerse un bañador de una sola pieza para entrar en una piscina municipal– en su mismo gobierno, Golda Meir tuvo que explicar a los varones que el delito de violación se combatía persiguiendo a los que lo perpetraban y no señalando un toque de queda para que las mujeres no salieran de casa por las noches. Nacida en la antisemita Kiev –todavía los neonazis se manifiestan por sus calles y cuelgan carteles de Hitler en los edificios oficiales– Golda supo desde un principio que nada se regala. Su padre huyó de Ucrania al saber que se iba a desencadenar un «pogrom» contra los judíos y se estableció en Estados Unidos. Golda, sin embargo, se sintió atraída por el llamamiento de regresar al solar patrio de los judíos cuando el estado de Israel aún no existía. Contribuyó a su creación y a su defensa. Sencilla, firme, convencida constituye un ejemplo para muchas políticas. Temo, sin embargo, que rehúsen reconocerse en alguien tan austero. También es verdad que, dentro de cuarenta y cinco años, seguiremos recordando a Golda Meir y ellas, sin embargo, se habrán hundido en el olvido.