Gobierno de España
¿Hacia un sistema de partido dominante?
Las últimas revelaciones del CIS, el dorado sondeo de otoño, confirman lo que se suponía: la grave crisis interna, de liderazgo y de doctrina, junto con la impregnación nacionalista de sus hermanos catalanes, pasa factura al PSOE, que se ve sobrepasado por la izquierda populista y errática de Podemos y compañía. Y el Partido Popular –¡échale un galgo!– saca más distancia a sus perseguidores –dobla en intención de voto a los socialistas y saca diecisiete puntos a los podemitas–, lo que va prefigurando un mapa de partido dominante para mucho tiempo. C’s, un atractivo invento de laboratorio, ideado, según dicen, por gentes del Ibex-35 con la intención de revitalizar la derecha y suplantar a Rajoy, se queda en bisagra, que lo mismo puede girar a la derecha que a la izquierda. Es decir, sirve tanto para un roto como para un descosido, lo que no deja de ser práctico y entretenido. Otra cosa es que pretenda imponer en bloque sus planes al partido dominante.
Mientras fallan los planes urdidos en los altos despachos del dinero, el político gallego, objeto de lamentable caricatura, sigue en La Moncloa por voluntad popular. (El desquiciamiento de la opinión política queda patente en la valoración de los líderes, un falso escalafón que no tiene pies ni cabeza, ni conduce a ninguna parte). El caso es que, sin C’s, el CIS daría ahora mismo una clara mayoría absoluta al PP, y los socialistas, a pesar de su actual desbarajuste interno, que se supone pasajero –si no enreda el diablo aliado con Pedro Sánchez– seguiría siendo a buen seguro la segunda fuerza.
El cambio de sistema de partidos fue recibido con estúpido alborozo. Según sus entusiastas, los nuevos partidos acabarían con el bipartidismo, que tan buenos resultados había dado en la mejor etapa de la democracia española, aumentaría el pluralismo y la participación, traería la gran renovación y purificación de la vida pública y, por arte de birlibirloque, los políticos y las instituciones recuperarían el prestigio ante el pueblo y todos seríamos felices y comeríamos perdices. Y ya ven. Hemos corrido tanto y tan alocadamente en todas las direcciones para volver al punto de partida.
Con el cambio de mapa político hemos alcanzado el récord de un Gobierno en funciones, el Parlamento aparece «de carnaval vestido», la clase política no levanta cabeza –sigue siendo, según la encuesta otoñal, uno de los principales problemas del país junto el paro y la corrupción–, caminamos hacia un sistema de partido dominante y España es a todas luces más ingobernable, con la calle otra vez alborotada. No es extraño que algunos empiecen a caer del burro y piensen que para este viaje no hacían falta alforjas.
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