Ely del Valle
Hasta el último minuto
El Rey ha vuelto al quirófano, testigo permanente del mal estado de su andamiaje. Pocas horas antes, presidió un acto diplomático después de haber recibido la víspera a dos representantes marroquíes.
Parece evidente que cuando Don Juan Carlos pidió perdón a los españoles no lo hizo de boquilla. Desde entonces, ha hecho un notable esfuerzo por estar donde debe sin que se le pueda recriminar un atisbo de frivolidad. Sin embargo, como es habitual en los últimos tiempos, al Rey se le recrimina casi todo: que no abdique, que haya elegido una clínica privada y que no esté sujeto a lista de espera. Lo de la abdicación tendría sentido si sus facultades mentales o su capacidad de trabajo estuvieran deterioradas, y de momento, no se tiene constancia de que el cerebro Real radique en el fémur. Quienes piden su retirada por una prótesis infectada deben pensar que Stephen Hawking tendría que haberse jubilado con 20 años.
A los que le critican por optar por la Sanidad privada, habría que explicarles que este gasto saldrá del presupuesto que el Rey recibe del Estado. Cierto que lo pagamos entre todos, pero si hubiera optado por la pública, su operación también estaría financiada con nuestros impuestos y su cuenta corriente no lo notaría. Desde el punto de vista económico, su elección nos es más rentable.
Por lo que se refiere a las listas de espera, la mala baba es notable: no existe ningún iluso que piense que Holland, Chávez o Fidel se hayan puesto alguna vez a la cola.
Lo cierto es que muchos de los que hoy ponen el grito en el cielo lo hacen, no porque crean que nadie debe tener privilegios, sino porque ellos no los disfrutan. Seamos sinceros: si pudiéramos y nuestra cadera así lo demandara, todos, monárquicos, republicanos o boy scouts, habríamos elegido al doctor Cabanela. Es lo que hay.
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