César Lumbreras

¡Hay gente «pa tó»!

La verdad es que hay que tener, primero, tiempo y, después, ganas, para sentarse 31 tardes seguidas en las incómodas localidades de la Plaza de Toros de las Ventas (aunque las hay peores) y aguantar un pestiño tras otro, salvo contadas excepciones. Confieso mi pecado: yo fui uno de esos aficionados, hasta que hace cinco años tuve lo que he dado en llamar el «santo advenimiento» y una tarde del ciclo isidril, harto de aguantar los manejos de los taurinos, al acabar el cuarto toro, me levanté y me marché. Desde entonces vuelvo de vez en cuando, para ver si ha cambiado algo y por mantener viejas costumbres con amigos. La edición de este año de la Feria de San Isidro, que comenzó ayer, se presenta como las anteriores: bastante aburrida «a priori». Además, nace con una desventaja, porque, según cuentan las crónicas, el sábado pasado hubo una de esas corridas del siglo, cuando nadie lo esperaba, con tres toreros que no están en lo alto del escalafón y una ganadería, la de Montealto, que tampoco es que sea la preferida de las figuras. Pues bien, entre los unos y los toros de la otra, se obró el milagro y se disfrutó, ni más ni menos, que de una buena corrida de toros. Algo que debería ser lo normal y que se ha convertido en excepcional, por los mangoneos de los taurinos, colectivo entendido en sentido amplio, que se están cargando la llamada Fiesta Nacional. A pesar de ellos, sigue habiendo aficionados que se sientan en los tendidos todas las tardes y otros que van de vez en cuando, para ver si suena la flauta. Ya lo dijo El Gallo: «Hay gente pa tó». Afortunadamente.