Alfonso Ussía
Herederos de complejos
No es de hoy el complejo de inferioridad y el miedo a la coherencia en la práctica respecto a las ideas del conservadurismo. El 12 de octubre de 1935, se casó Don Juan De Borbón en Roma con Doña María. Ya en las calles de las ciudades y pueblos de España se habían cometido toda suerte de atrocidades. Muchas de ellas, amparadas en la supuesta «legalidad» republicana, una «legalidad» entrecomillada por cuanto la Segunda República la perdió con el golpe de Estado antidemocrático de 1934. En el banquete de bodas presidido por el desterrado Rey Don Alfonso XIII y celebrado en el Gran Hotel de Roma ante más de dos mil españoles de los siete mil que acudieron a la boda de Don Juan, José María Pemán hizo uso de la palabra y trazó la realidad de aquellos tiempos y circunstancias que hoy podrían adaptarse, sin esfuerzo alguno, a nuestra vida política y social. Cuando hablaba Pemán en Roma, Madrid era ya un paisaje de iglesias y conventos calcinados, y donde el grito de «¡Viva España!», se consideraba una acción subversiva merecedora de arresto inmediato y prisión preventiva que podía extenderse a capricho de los responsables de las primeras «checas».
Decía Pemán en 1935: «En España, a la revolución, no se oponía otra cosa sino eso que se llamaba ordinariamente el “espíritu conservador”, y el espíritu conservador entendido como viene entendiéndose, como la inercia en unas posiciones de privilegio y unas situaciones de hecho, no es más que una forma, más o menos disimulada, del instinto de conservación, y a la revolución, que es un pensamiento, no se le puede contestar con un instinto. Hay que contestarla con un pensamiento contrario.
Y así, toda la economía se concebía como una lucha de clases, o sea, como un pleito eterno entre esas dos partes que son los patronos y los obreros. Y así, todos nuestros Códigos y Constituciones eran leyes recelosas y previsoras para un mundo de desalmados, en el que se suponía que había que defender constantemente los obreros de los patronos, los pueblos contra los Reyes, y hasta los hijos contra los padres. Exacta legislación de la desconfianza, que parte del supuesto gratuíto de que todos, hombres y clases, se hallan colocados en una previa e inagotable actitud de lucha y de colisión. Y esta creencia ha llegado a ser tan general y extendida, que naturalmente, los que son beneficiarios de las posiciones superiores en ese dualismo que se supone en constante pleito y lucha –los monárquicos o los conservadores en política; los patronos o los propietarios en economía–, al suponerse en pugna con los más débiles, llegaron a recelar de la legitimidad de sus propias posiciones y a creer, de buena fe, que estaban detentando unos puestos de privilegio injustificables ante la pura razón. Y como esto, señores, era dar por ganada la mitad de la batalla, porque la fe es el motor de todo entusiasmo y defender una posición sin fe es ceder al enemigo la mitad de esa posición, yo os digo que cuando la revolución vino a España, la mitad de la revolución estaba ya hecha por todos aquellos que, colocados en posiciones conservadoras y contrarrevolucionarias, carecían de un entusiasmo de defensa de esas posiciones por carecer de una fe doctrinal en su razón y en su legitimidad... Allá en siglo XIX los españoles podían permitirse el lujo de dividirse en partidos que se llamaban liberales o conservadores, progresistas o moderados, porque lo que se discutía era esto, si España había de ser liberal o conservadora, progresista o moderada, es decir, los adjetivos que habían de añadirse a ese sustantivo común, por todos aceptado, que era España. Pero cuando llegó un momento en que la discusión pasó del adjetivo al sustantivo y era España misma la que estaba en el telar de la discusión, convertida en un problema, negada diariamente por las fuerzas antinacionales de la revolución, el dilema escindió todas las conciencias y fue el de Patria y anti-Patria».
Es el dilema al que nos ha llevado en la actualidad la permisividad, el perdón acomplejado a los terroristas, la amnistía acomplejada a los sindicatos, el abandono acomplejado de los principios y valores de las fuerzas conservadoras, que aún con mayoría absoluta en el Congreso y el Senado, sostienen a un Gobierno acomplejado que carece de doctrina, principios y valores. España es la que está en juego, señores. Ya no es Pemán el que habla sino un mero observador de la actualidad el que lo escribe. Y todo es consecuencia del atosigante, ridículo y taimado complejo de inferioridad de quienes no tendrían que padecerlo.
Gracias, don José María.
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