María José Navarro

Héroes

El otro día, en un programa de cincuentones que hablan como si tuvieran quince, apareció un humorista con una camiseta de Pablo Escobar. Se cumplían veinte años de la muerte del narcotraficante colombiano, el más poderoso de la mafia de su país. Fue el criminal más buscado a principios de los años noventa, desestabilizó Colombia, y asesinó a miles de personas. Convirtió su prisión en una atalaya desde donde controlaba sus negocios con comodidad y el patio de la prisión en un improvisado campo de fútbol donde invitó a la mismísima selección de su país que acudió presta a la llamada del capo. Cuando murió, a su entierro asistieron miles de pobres de los barrios de Medellín y dejó como testamento una esquizofrenia social de la que sus compatriotas tratan de salir a duras penas. Al humorista con el recuerdo serigrafiado de Pablo Escobar le salva (pero poco) el hecho de serlo, aunque la imagen no tuviera ni pizca de gracia. Me acordé enseguida de mi amiga Marisol, colombiana de Tumaco, con dos hermanos y un sobrino asesinados, con todas sus tierras arrasadas por el narcotráfico. Entre tan poco tino y tanto héroe de camiseta salta la noticia de la muerte de Mandela. Ayer sábado por la mañana el mismo canal de televisión emitía aquel Sudáfrica-Nueva Zelanda del 95, después del cual ya nada sería igual en el país anfitrión, y que acaba con un gesto contenido muy propio del código rugby: un sincero apretón de manos entre François Pienaar, el capitán del equipo, blanco, afrikaaner, y Nelson Mandela, ambos vestidos con la camiseta springbok, ambos con el número seis a la espalda. Descanse en paz en su merecida paz ese héroe de verdad.