
Alfonso Ussía
Historia repetida
Don Juan ya había renunciado a los derechos dinásticos y títulos de la Corona. El Rey estaba plenamente legitimado ante la Historia. Don Juan reunió a sus más leales y fue tajante. «Vuestra lealtad tiene que pasar inmediatamente al servicio del Rey, como la mía».
Una tarde se le notó cierta pesadumbre. Su hijo, el Rey, le había encomendado una misión áspera. El dirigente mundial más involucrado en el fomento del terrorismo en Occidente era Ghadafi. Y Don Juan volaba a Trípoli a entrevistarse con el malhechor. A punto estuvo de volver a España sin ver a Ghadafi, que lo mantuvo tres horas esperando en su antedespacho mientras el canalla se tiraba a una de las esclavas de su Guardia personal. Don Juan le mandó aviso de su marcha, y un Ghadafi despeinado y sudoroso lo recibió al momento. Los resultados de la entrevista fueron positivos para España, con los límites que siempre se establecían cuando Ghadafi era el interlocutor. A su vuelta hablamos de la encerrona, y cerró la charla con una frase concluyente: «Siempre estaré a las órdenes del Rey».
Previamente, con el general Franco agonizando, y siendo el Jefe de la Casa Real Española y Rey de derecho –Juan III, como ordenó su hijo que fuera inscrito en su urna del Panteón de los Reyes del Escorial–, Don Juan se puso a las órdenes de España. Y se entrevistó con los líderes de aquella Europa que miraba con recelo a Don Juan Carlos. Visitó a Giscard D'Estaign con especial interés. La proclamación de un Rey de España necesitaba expresamente la asistencia del Presidente de la República Francesa. Y Giscard asistió a la Proclamación, así como el Canciller alemán y hasta el Duque de Edimburgo en representación de la Reina Isabel. Don Juan garantizó a todos que el reinado de su hijo caminaría inexorable y rápidamente hacia la democracia, y su palabra fue oída, creída y respetada. La presencia de los diigentes europeos en Los Jerónimos en la Misa de la proclamación oficiada por el cardenal Enrique y Tarancón iluminó la imagen de una España nueva y esperanzada. Y hasta su fallecimiento en Pamplona Don Juan siempre estuvo a las órdenes del Rey siempre que el Rey requirió su colaboración o sus servicios.
La Historia –con mayúscula–, se repite. Don Juan Carlos I ha sido escueto: «Yo estoy para lo que me mande el Rey». Esa disposición plena y rotunda es una garantía para el Rey Felipe VI. Tiene a sus directas órdenes a quien ha sido el más grande y activo embajador de España en el mundo. Don Juan Carlos personaliza el poder intangible, pero inmensamente influyente de la «auctoritas». Y acumula la experiencia de 39 años de reinado en la nación, según Churchill en su libro «Grandes Contemporáneos», más difícil para reinar en el mundo. Que así principia su retrato escrito de Alfonso XIII. «Nació siendo Rey de una nación de treinta millones de reyes».
Estoy convencido de que Felipe VI será un gran Rey. Está preparado para eso y más. Y al cabo del tiempo podrá alcanzar la altura del listón que le ha dejado su padre. No lo arrincone y cuente plenamente con él. La soledad de los príncipes, en ocasiones, es tan clamorosa como hiriente. Tendrá, como es de esperar, los mejores consejeros, pero ninguno más autorizado y dispuesto que su padre, el viejo Rey, escrito con la misma admiración y afecto que al referirnos, decenios atrás, a Don Juan. Los caminos más cerrados se los abrirá su padre. Don Juan Carlos ha llamado durante sus años de reinado a todos los dirigentes del mundo y todos le han atendido inmediatamente. Lo harán también con Don Felipe, pero si alguno le fallara, ahí estará el viejo Rey para subsanar el problema.
El nuevo Rey tiene ante sí más problemas en España que fuera de su Patria. Los principales, el bienestar económico de los españoles después del sufrimiento de la quiebra producida por los Gobiernos socialistas de Zapatero, y la chulería independentista de Cataluña. El nuevo Rey tiene virtudes que no adornan a su padre, y al revés. No me lo figuro descolgando el teléfono y diciéndole a Mas «que deje de tocarnos los huevos». Pero a su manera, le dirá lo mismo en un tono más políticamente correcto, que no es lo mismo que políticamente efectivo.
Esta sería la única recomendación que le haría al Rey. Cuente con su padre sin reservas. Su reinado se lo agradecerá, y todos los españoles seremos los beneficiados. La Historia se repite. El Viejo Rey se puso incondicionalmente a las órdenes de su hijo, el Rey Juan Carlos I. Y hoy, el Rey Juan Carlos I lo ha dejado claro: «Yo estoy para lo que me mande el Rey». Aquí no hay emoción monárquica. Hay patriotismo y pragmatismo.
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