José Antonio Álvarez Gundín
Hospital de campaña
La entrevista del Papa Francisco a la revista de la Compañía de Jesús ha irrumpido con la fuerza de un huracán en periódicos y televisiones, astillando a su paso ciertos prejuicios de la izquierda y algunas certidumbres anestésicas de la derecha. No cabe duda de que este Pontífice, combinación explosiva de argentino y jesuita, es un agitador de conciencias que pastorea el rebaño predicando a los lobos al modo franciscano. Es de temer, sin embargo, que sus palabras sean malinterpretadas o que generen falsas expectativas. Por más que se empeñe cierta progresía intelectual, con Francisco no habrá el más mínimo cambio doctrinal sobre el aborto, los anticonceptivos, el matrimonio homosexual o la ordenación de la mujer. Tampoco moverá un dedo para alterar los principios de la ortodoxia teológica que Ratzinger dejó sentados.
Él es, ante todo, un pastor, no un teólogo ni un ascético, al que le gustan escritores como Dostoyevsky y José María Pemán. Está más cerca de Juan XXIII que de Benedicto XVI. De ahí que la imagen más potente de la entrevista, la que revela su personalidad, sea la de la Iglesia como un hospital de campaña después de la batalla. Allí llegan heridos, cuerpos mutilados, personas en agonía, hombres que se desangran... Hay que intervenir con rapidez para evitar que se mueran. Un buen médico no pierde el tiempo en averiguar si el paciente tiene el colesterol alto o si practica el montañismo; sólo le preocupa su salvación, devolverle a la vida y restituirle la humanidad lacerada. Francisco se ve a sí mismo en medio de los heridos, recorriendo los pabellones hospitalarios como un sanador del dolor y la soledad. Así es como quiere que también sea la Iglesia, donde la misericordia anteceda al análisis clínico y el sermón no sustituya al abrazo del padre. Pero, ojo, que nadie se confunda: Francisco no es ningún conformista. Bajo su sonrisa afable y paternal se esconde un fraile audaz, un punto rebelde y un alma entrometida. Es un jesuita en estado puro, es decir, un hombre de fronteras, un curioso insatisfecho que necesita descubrir nuevas sendas, salirse del carril y trillar más allá de la aldea. Aventurarse, en suma, por donde nadie ha transitado, aun a riesgo de extraviarse. No en vano, de todas las divisiones del Papa, la Compañía de Jesús fue siempre la elite de los exploradores, los comandos que se infiltraban en territorios sin nombre, incluso sin la orden del alto mando. Eso explica que su historia haya sido tan turbulenta y fascinante. Tal vez el Pontificado de Francisco será así también, el de un hombre libre y un profeta que no se callará ni debajo del agua. Por lo demás, todos somos pecadores.
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