José Luis Alvite

Humo con pamela (y V)

Humo con pamela (y V)
Humo con pamela (y V)larazon

Sin la excusa de una mujer como Lady Chandler que me retuviese en Kenia, devolví mi equipaje a la maleta y decidí tomar en la estación el último tren con humo, mientras el Imperio Británico se desmoronaba y en el «Empire» se corría la voz de que en Mombasa habían visto la sangre en las tacitas de té. Como tantas veces, también en Kenia la revolución se imponía a los modales y los ingleses se marchaban con ese estilo inimitable en el que tanto se parecen la cobardía y la prudencia, dejando una romántica estela de buena literatura, esmerada cortesía y pésima gastronomía. Para aquellos ingleses el sexo sólo era una manera de cruzar las piernas. Me subí al tren justo cuando partía. Para hacer sitio a más viajeros se decidió que arrojásemos los equipajes por las ventanillas. Alguien comentó que si el maquinista no se daba prisa, el «Mau Mau» habría levantado las vías más al norte y tendríamos que escarbar nuestras tumbas con los dientes. Hacía un calor sofocante. Anocheció al poco rato y quedé dormido en el sopor de aquel cocedero en el que hasta olía a sexo el barniz de la madera. Después desperté en una nube de vapor densa como un albornoz. El tren se había detenido en un paisaje distinto y no había nadie en los vagones. Y recuerdo que por una puerta mal cerrada salí del tren entre aquel humo que se fue enrareciendo hasta disiparse. ¡Ni rastro de Kenia! Frente a mis ojos, la estación de trenes de Compostela. Entré en la cantina y me senté en una mesa. El camarero me trajo un café y un ejemplar del «Examiner» doblado por la columna de Phil Forrester. «Raro, ¿verdad?» –preguntó el camarero–. Este ejemplar es todo cuanto sé de mi mujer desde que se lio en Kenia con aquel periodista inglés. Mi mujer había ido a una boda a Nairobi. Por eso la columna se titula «Humo con pamela».