César Vidal
Ida..
Hace poco, la cadena estatal polaca TVP emitió la película Ida en condiciones sobrecogedoras. Le sumó un editorial de doce minutos tachándola de inexacta y acusándola de haber obtenido el Oscar por ser projudía. Además le añadió intertítulos como si fueran parte de la cinta tergiversándola. Por supuesto, el consejo directivo de la Academia Europea de Cinematografía y el sindicato de directores de Polonia protestaron enérgicamente, pero es que contar la verdad, incluso a través de una obra de ficción, tiene sus costes. La Historia de Polonia tiene, al menos desde 1944, una versión oficial que nadie se ha atrevido a cuestionar porque, en no escasa medida, interesaba a todos. Católicos y comunistas, exiliados y judíos, estaban de acuerdo en presentarla como víctima de la ambición hitleriana – algunos añadirían que de la estalinista– que habría sido mártir y noble. La versión es una verdad a medias. Tras la I Guerra Mundial, Polonia se quedó injustamente con un pedazo de Alemania, fue escenario de terribles campañas antisemitas y desarrolló una política altivamente estúpida frente a Hitler que se sustentaba en el supuesto apoyo que recibiría de Estados Unidos además de Gran Bretaña y Francia. Se produjeron así dos tipos de episodios ocultados durante décadas. Uno fue el antisemitismo de corte religioso de los polacos –más feroz si cabe que el de los alemanes, según no pocos judíos– y otro, el de los Zydokomuna o judíos que tuvieron un papel más que relevante en el partido comunista polaco, en general, y en su aparato represivo, en particular. Ambos aspectos, silenciados durante décadas, aparecen sensiblemente recogidos en Ida. Su historia es la de una joven que, a punto de convertirse en monja, es informada de que pertenece a una familia judía desaparecida durante el Holocausto. Como tiene una tía viva, antes de profesar, se le ofrece la posibilidad de visitarla. Ida, que ha vivido toda su existencia en un convento, descubrirá que los polacos no tuvieron el menor problema en asesinar a sus compatriotas judíos y también que hubo judíos en el aparato del partido comunista que ejecutaron no sólo la represión de los prisioneros de guerra alemanes sino también la de sus compatriotas. La película se atreve a señalar dos heridas mal cerradas de las que muchos polacos prefieren no hablar y que el poder prefiere seguir ocultando. Decir la verdad, tiene, sin duda, sus riesgos. No en Polonia sino en España, sigue vigente una ley de memoria histórica que define dogmas para beneficio de zampacaterings y herederos de Stalin.
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