Restringido

Iglesias desempolva el «no a la guerra»

La Razón
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El yihadismo nos ha vuelto a golpear. En el París de la «liberté, égalité, fraternité». Los ideales sobre los que se asienta nuestro modo de vida han recibido el cruel castigo de quienes van contra la civilización. No hace falta señalar las reivindicaciones del Estado Islámico para saber que cualquier país europeo está en su punto de mira. Estamos ante una guerra que se libra en nuestras calles. Las guerras actuales ya no tienen ejércitos que se despliegan uniformados en frentes reconocibles. Los terroristas islamistas pertenecen a una multinacional enmascarada que exporta crueldad al mundo y golpea a cualquier ciudadano por ser eso: un ciudadano libre. Ante ello la reacción de los gobernantes debe ante todo procurar la seguridad de la gente.

Siguiendo esa estela, Mariano Rajoy se apresuró a telefonear a Pedro Sánchez, así como a Albert Rivera y a Pablo Iglesias, para sellar la unión de las principales fuerzas políticas españolas en la lucha del Estado (que no del Gobierno de turno) frente al terror. Era lo políticamente racional, en un momento de tanta preocupación y dolor mezclados en España, donde veíamos las dramáticas imágenes de lo vivido por nuestros vecinos franceses.

Pero ha quedado retratada la cortedad de miras de Iglesias. Sobre todo, porque si lo que está en juego es la muerte de inocentes, los demócratas, frente a quienes empuñan las armas para matar, no pueden tomar caminos neutros. Ni tampoco extender la responsabilidad de los atentados al recurrente «Occidente» (tan impreciso como amplio) para diluir la pena de los únicos culpables: los asesinos terroristas.

De hecho, para indicar una impostada independencia de criterio, el líder de Podemos ha rechazado incorporarse al pacto contra el yihadismo suscrito por PP y PSOE y al que Ciudadanos ya ha solicitado su entrada. En su lugar, envió una propuesta para crear un «Consejo de la Paz». ¡Qué fácil es jugar con las palabras! ¿En eso quiere convertir la política Podemos? Mientras, la cruda realidad es tozuda: los terroristas no quieren la paz y matan precisamente porque no la quieren.

Por fortuna, la guerra es impopular. Claro. Y abrazar la bandera del pacifismo a corto plazo puede otorgar beneficios electorales. Pero cuando lo que está en juego es la misma esencia de la democracia no es políticamente comprensible abrazarse al simplismo populista. Sin embargo, Pablo Iglesias ha preferido aparcar la «realpolitik» para maquinar su particular «No a la guerra» a poco más de treinta días de abrirse las urnas. Si bien es cierto que Podemos durante un tiempo buscó la transversalidad, hoy el partido morado se sitúa en los límites del sistema y no duda en resucitar los fantasmas de la izquierda radical. De ahí que Iglesias haya preferido escuchar las opiniones de parte de sus consejeros áulicos sobre las ventajas para su formación de un escenario de movilizaciones pacifistas. Otros, mientras, le aconsejaban caminos más razonables que podían reportarle beneficios a medio plazo, aunque ahora perdiera el favor de sus «círculos» más fundamentalistas. Por ello, Pablo Iglesias ha jugado la baza («No es el momento para venganzas», solemnizó) de apuntar su foco sobre las víctimas, más que en los culpables de organizar y perpetrar la matanza parisina. El «no» del secretario general de Podemos al resto de fuerzas no es una novedad. Ya se desmarcó del cierre de filas de los principales partidos en torno al Gobierno contra el desafío rupturista catalán y, con anterioridad, de la política antiterrorista. Está en el ADN del líder podemita impugnar los pactos sobre las políticas clave para España. De ahí que La Moncloa tenga asumida su exclusión del consenso. «Nada pierdo por conversar con Iglesias», ha repetido Mariano Rajoy. Y es cierto, pues el presidente ha dejado claro a la opinión pública que él desea compartir con la oposición la gestión de las grandes crisis.